La escribana del viento, por Diomedes Cordero

Montaje: Ficción e historia. Una lectura de “La escribana del viento” de la escritora venezolana Ana Teresa Torres. Por Diomedes Cordero, 31 de marzo 2018. El Nacional.

Ana Teresa Torres, narradora, ensayista y psicoanalista en La escribana del viento (Caracas: Editorial Alfa, 2013), su última novela publicada, diseña un dispositivo de carácter paratextual que captura como parte determinante de una posible estrategia y poética narrativas no solo el orden del índice sino, sobre todo, el conjunto de epígrafes, de cada uno de los cuatros capítulos de la novela denominados “Pasión de Catalina de Campos” y que aparecen numerados como los capítulos I, III, V y VII del índice, contrapuestos a los cuatros restantes: “Testimonios”, que al mismo tiempo que se diferencian con la naturaleza subjetiva del personaje femenino de los anteriores, al marcar su pertenencia al campo de unos de los medios de reconstrucción de la historia, entre ellos mismos revelan esta diferencia: los II, IV y VII como testimonios fechados de 1638 a 1642, de 1643 y de 1644 a 1654, respectivamente, y el de la autora. Este juego entre la subjetividad del discurso del relato literario y la objetividad del discurso del relato histórico presente en la estructura del texto va a revelarse de forma condensada y luminosa en “Consideraciones sobre la pertenencia”, que abre cada uno de los capítulos “Pasión de Catalina de Campos”, a través del sentido de los epígrafes que las conforman, en contraposición con la serie de los testimonios, marcando las diferencias entre la ficción y la historia como estrategia narrativa por parte de la primera y del uso ficcional de los materiales documentales que aparecen al principio de los testimonios, que es explicitado y justificado en el citado “Testimonio de la autora”.

Pensar y analizar con criterio moderno y ético los asuntos personales y del común (políticos, sociales, económicos, culturales, religiosos, sexuales, históricos, contemporáneos) a los que se tiene derecho, desde la potencia del acto de la escritura novelística, es decir, mediante la imposibilidad de aleccionamiento, la memoria eternizadora: la rememoración de acontecimientos dispersos, el tiempo constitutivo como separación de la patria trascendental: disociación de sentido y vida y la muerte figurada como fin de la novela, serían los presupuestos teóricos y prácticos que diseñan y estructuran La escribana del viento. Como lo dice Torres en “Testimonio de la autora” la novela “nace de un suceso ocurrido a mediados del siglo XVII, cuya temática principal está centrada en la persecución que el obispo fray Mauro de Tovar desató contra una familia caraqueña compuesta por Elvira de Campos y Villavicencio, sus hijos Navarro, sus hijos Ponte, y algunas persona relacionadas con ellos”. Intenciones y fines que encontrarían su potencia del no, la posibilidad de negación del acto de la creación en el mismo acto de la escritura: las “Consideraciones sobre la pertenencia” y su serie de epígrafes cuya función vendría a ser dar sentido profundo al pensamiento (teoría) y a los usos de los materiales (práctica) de la novela moderna y su relación con la historia. La soledad del novelista como “cámara de nacimiento de la novela” (Benjamin), el viaje y el exilio como tránsito y territorio de la novela (Cervantes), la negación de la patria como legitimidad de origen y la autonomía de la mujer como sujeto y acto de creación serían las líneas que dibujan la contemporaneidad, en el sentido nietzscheano de las “Consideraciones intempestivas” de la ficción de Torres expuesta en La escribana del viento: “El mundo escrito gira siempre alrededor de la mano que escribe en el lugar en el que escribe: donde tú estás, está el centro del universo”. Amos Oz; “No debiera arrancarse a la gente de su tierra o país, no a la fuerza. La gente queda dolorida, la tierra queda dolorida”. Juan Gelman; “Dios mío, ten piedad del errante, pues en lo errante está el dolor”. Heberto Padilla; “El exiliado deplora las patrias. Rehúye escisiones. Se encamina hacia el instante”. Rafael Cadenas; “El viaje del niño es volver a la tierra natal, la nostalgia que hace al hombre un ser que tiene que volver al punto de partida para apropiarlo y morir allí. El viaje de la niña es más lejos, a lo desconocido, a inventar”. Hélène Cixous; y “Para recordar / tuve que partir”. Cristina Peri Rossi. “En ciudades ajenas venimos al mundo y las llamamos patria, más breve es el tiempo concedido para admirar sus muros y torres”. Adam Zagajewski; “Mi patria era un sentimiento. Ese sentimiento resultó herido. En momentos así hay que partir”. Sándor Márai; El lugar de donde vienes es tu cautiverio”. María Fernanda Palacios; “Sobrevivir es escapar al destino. Pero si escapas a tu destino, ¿en qué vida te metes entonces?”. Anne Michaels; y “Vigilando hacia dentro los momentos que preceden las partidas, contemplar la posibilidad de expatriarnos por un tiempo indeterminado, y el pensar que hubiésemos podido nacer en una tierra donde todo nos sería extraño y la ciudad sería otra, distinta de esta, de aquella que miramos en el panorama de la noche, que tiene también sus llanuras, sus puertos titilantes y los recodos de las calles inmensas, sin referencia alguna, por donde nos enrumbaríamos en un marcha incierta”. Antonia Palacios. “No era como ahora / que parecemos aventadas nubes / dispersas hojas. / Estábamos entonces cerca, apretados, juntos. / No era como ahora”. Rosario C. Castellanos; “A mí, como a un río / la época cruel, la corriente me ha volteado. / La vida, me ha cambiado. Por otro cauce, / que no es el mío, se fue mi vida. / Y no conozco ni mis propias riberas”. Anna Ajmátova; y “¿Cuál es tu último refugio? / Huir. Dejarlo todo atrás es irse hacia ningún sitio. / No hay mejor refugio que la huida, me parece. / ¿Hacia dónde corres cuando lo necesitas? / No se va a ningún sitio cuando estás huyendo. Simplemente se corre”. Entrevista de María Ramíerez Ribes a Carmen Boullosa. Y “Se quedarán mis cosas sin mí desconcertadas”. José María Valverde; “Como mujer no tengo país, como mujer no quiero un país”. Virginia Woolf; “Toda mujer debe encontrar finalmente que no tiene casa en ninguna parte”. Sandra Gilbert; “Morimos en la singularidad absoluta, extranjeros, en definitiva, que se despiden tras una breve estancia en un lugar extraño”. Hannah Arendt; “A cada quien su patria. A cada quien su exilio. / A todos la amplitud de su reino”. Marina Gasparini; y “La verdad siempre está en el exilio”. Ball Shem Tov. En estas consideraciones sobre la pertenencia, más que en las razones que Torres expone en el principio y el final de “Testimonio de una autora”, se hallarían los protocolos ficcionales de La escribana del viento, que además de determinar relativamente su modernidad la distancian del canon pretendidamente literario y de mercado de la llamada “novela histórica”. Dice Torres: “Cuando muchos años atrás di, un tanto al azar, con Jimena de Ponte y Campos, no dudé que su vida constituye probablemente el primer caso documentado de una joven venezolana enjuicidad por un delito sexual que hoy veríamos como abuso. Nacida en 1624 de acuerdo con las fuentes históricas, tenía diecisiete años cuando fue condenada y encarcelada por haber sostenido relaciones incestuosas con su hermano Pedro Navarro y Villavicencio, diecinueve años mayor que ella. Fue acusada de cuatro a cinco abortos de gestación avanzada, y en algunos casos de haber abandonado o dado muerte a la criatura después de su nacimiento; de ser ciertas estas acusaciones la relación incestuosa debió comenzar cuando contaba unos doce o trece años. Me sentí conminada a apropiarla en una novela y emprendí el trabajo de documentación preliminar y la elaboración de un guión que pusiera orden a los complicados acontecimientos de la historia”. Después de posponer su escritura “durante casi dos décadas” Torres entendió “la narración de otra manera que la que hubiera seguido entonces”. En Alias Grace (Nueva York: Doubleday, 1996) de Margaret Atwood, “una novela basada en una pequeña anécdota de la historia de Canadá. En ella relata la vida de una joven acusada y encarcelada por asesinato a mediados del siglo XIX”, Torres ve un modelo, que le permitiría solucionar problemas similares al suyo: “la veracidad de los hechos circula por terrenos poco verificables” y procede a hacer como hizo Atwood: “cada uno de los principales elementos del libro fue sugerido por algún escrito de Grace y su tiempo, no importa cuán sospechoso fuera; en los vacíos me sentí libre de inventar. Como había muchos vacíos inventé mucho”. En la historia narrada por Ana Ventura, la escribana del viento, que no es otra que la historia de su madre Catalina de Campos, la novela dentro de la novela, Torres alcanza con La escribana del viento su tránsito hacia la centralidad de la novela moderna venezolana vía el uso del discurso histórico como material referencial textualizado. Quizá el ya largo, profesional y reconocido recorrido narrativo de Ana Teresa Torres, desde El exilio del tiempoDoña Inés contra el olvido hasta La escribana del viento, su trilogía de “novelas históricas” exigiría una lectura más allá de la historia como marco referencial de su creciente e indudable ficción moderna. En La escribana del viento, dadas las “Consideraciones sobre la pertenencia” sería un exceso la información sobre los materiales de la historia usados para la el despliegue de la potencia de la ficción.