El club de Tobi

“Para que se mantengan los modos democráticos en una sociedad es necesario que se sustenten en códigos explícitos o implícitos de la cultura democrática, y esos códigos, no es necesario insistir, van cayendo en picada”.

A Magaly Huggins

No tenía pensado escribir sobre este tema porque el asunto de la inclusión de las mujeres en la vida cultural parecía definitivamente solucionado. Si hiciéramos una encuesta o pidiéramos la opinión de cualquier persona del mundo cultural no tengo la menor duda de que la respuesta sería la de que en Venezuela ese tema pertenece al pasado. Y yo misma, confieso, hubiera dado esa afirmación desprevenida. Pero no, las cosas no son tan sencillas. Me pregunto si el retroceso político que hemos sufrido, y que para abreviar es la debilidad de la conciencia democrática frente a otras posiciones cercanas a la autocracia, tiene algo que ver con esto. Y es que para que se mantengan los modos democráticos en una sociedad es necesario que se sustenten en códigos explícitos o implícitos de la cultura democrática, y esos códigos, no es necesario insistir, van cayendo en picada. Se ha ido imponiendo la condición de ‘yo aquí hago lo que me da la gana’ fácilmente observable en tantas conductas: violación de leyes de tránsito, violación de normas municipales para la construcción, uso de inmuebles, ruido, tala del arbolado urbano y otras tantas, para no entrar en la violación de leyes de mayor rango.

“¿Quién era Tobi y por qué fundó un club? Para saberlo es necesario haber conocido las comiquitas de ‘La pequeña Lulú’, hace tiempo desplazada por heroínas femeninas más atrevidas”

La inclusión femenina en la vida pública es, sin duda, una conquista de los movimientos de mujeres, aunque es bastante obvio que estas adquisiciones de derechos solo florecen en los jardines democráticos. Los regímenes autoritarios, independientemente de su definición y orientación, tienden inflexiblemente al ocultamiento y sometimiento de las mujeres, por eso me hago la pregunta de cómo vamos en esta cuestión en terreno venezolano.

Volviendo al artículo, ¿quién era Tobi y por qué fundó un club? Para saberlo es necesario haber conocido las comiquitas de La pequeña Lulú, hace tiempo desplazada por heroínas femeninas más atrevidas. El caso es que fui lectora empedernida de las historias de Lulú y la recuerdo vendiendo vasos de limonada a la puerta de alguna modesta vivienda de los núcleos suburbanos de Estados Unidos en los años cincuenta. Una costumbre dirigida a estimular en los niños la producción de dinero, lo que seguramente no le hubiera gustado a Mafalda. Lulú era una niña de derecha y Mafalda de izquierda, de eso no cabe duda, pero ambas coincidían en su lucha feminista. Eso tampoco sé cómo va al día de hoy.

El mejor amigo de Lulú se llamaba Tobi, y seguramente terminó casándose con él o con alguien parecido. Tobi tenía sus amigos, que también eran amigos de Lulú, y un buen día se le ocurrió fundar un club en una pequeña casita de madera en la que quedó clavado el siguiente letrero: No se admiten niñas. Los muchachos decían que ella era tan valiente como ellos, y muy útil para defender su club de los chicos malos del barrio pero, grave problema, era una niña. La historieta ha sido reconocida como un icono feminista creado por la caricaturista estadounidense Marjorie Henderson, porque la protagonista combate la exclusión de la que ella y sus amigas son víctimas, pero, y esto es importante, Tobi y sus compañeros del club no son unos machistas violentos. Son buenos muchachos que lo único que quieren es que las chicas no estén metidas en la casita que encontraron en alguna calle abandonada y acomodaron para sus reuniones. Solo eso. Y digo ‘solo eso’ porque me parece importante distinguir entre las formas violentas de la misoginia de las que se amparan en la exclusión más o menos evidente y se encubren en la cortesía más o menos hipócrita, pero al fin y al cabo civilizada.

Las exclusiones y subordinaciones que vengo observando en nuestro pequeño ‘club’ cultural pertenecen a esta categoría, y por supuesto, si señalara ejemplos concretos serían negados o disimulados en un entresijo de razones y argumentos. Basta una conversación o presentación en la que participen hombres y mujeres para que se evidencie la subordinación del sujeto femenino en la interacción; o un listado de actores culturales, o un libro colectivo, para que al sumar por sexos la disparidad sea evidente, hasta llegar a veces al 100% versus 0. Por cierto, cuando los participantes son personas jóvenes estos borramientos tienden a ser poco frecuentes, lo que habla a favor de la generación Z. Aquellos que ya son más maduritos deberían tomar en cuenta que hoy se hace inaceptable invisibilizar a las mujeres, hasta estéticamente queda mal representada la ausencia. Pónganse al día, socios del club de Tobi, dejen que entren las muchachas, no les va a pasar nada.

https://lagranaldea.com/2023/04/24/el-club-de-tobi/