Algunas modalidades de la angustia y los mecanismos de defensa en los migrantes de la diáspora venezolana.

XXVII Encuentro anual de la Sociedad Psicoanalítica de Caracas. 15 de abril 2023.

Según los registros de la Alta Comisión para Refugiados de las Naciones Unidas, entre 2015 y 2022 salieron de Venezuela 6 millones de personas, cifra que sumada a los años anteriores arroja un total de más de 7 millones de emigrantes. Es decir que aproximadamente un 25% del universo estimado en 28 millones, cerca de un cuarto de la población venezolana, vive fuera del territorio nacional; si una de cada cuatro personas ha emigrado, es improbable que haya venezolanos que no tengan algún familiar o conocido cercano entre los migrantes. En la encuesta nacional Un retrato psicosocial 2023, creada por Psicodata Venezuela, de la Escuela de Psicología de la Universidad Católica Andrés Bello, se lee que 75% de los entrevistados ha experimentado en los dos últimos años la falta de familiares o amigos cercanos por migración; de estos 29% indican que su salud se ha deteriorado y 34% dice que les ha costado retomar su cotidianidad después de experimentar esta falta. Esto es más frecuente en mayores de 65 años (40%) y en mujeres (32%). Este preámbulo cuantitativo viene a subrayar que el proceso migratorio, conocido como diáspora por su amplia dispersión geográfica, no es solo un fenómeno de importancia estadística sino la señal de un duelo colectivo. Un duelo individual, familiar, social y en última instancia nacional, a lo que se agrega que solo un pequeño porcentaje de venezolanos está en condiciones de mitigar las huellas de la pérdida a través de viajes y conexiones cibernéticas; para la gran mayoría la emigración de un ser querido constituye la expectativa de una separación indefinida e incluso definitiva.

Desde que el deseo de irse del país comenzó a extenderse en la primera década del siglo 21, particularmente en la población joven de clase media, me he interesado en seguir el fenómeno y sus vicisitudes, observando las consecuencias psicológicas en los migrantes y en aquellos que no lo son, o se han convertido en seminómadas como es mi caso y el de otros que dividen su vida entre varios lugares. Mis observaciones con seguridad no son objetivas, y desde luego pertenecen a una muestra mínima que impide generalizar proyecciones; son el resultado de ver, escuchar y compartir el duelo a veces desde cerca y otras desde lejos con algunas personas cercanas y queridas, con anónimos de las redes sociales, o conocidos que se expresan por diferentes medios. Sigo los parámetros psicoanalíticos en cuanto a los procesos de duelo, la formación de síntomas, el manejo de la ansiedad y los mecanismos de defensa, pero los sujetos a los que me refiero no son casos clínicos en tratamiento, o en todo caso no conmigo que dejé la práctica clínica hace mucho tiempo. Son personas a las que les tocó esta misma historia.

El duelo migratorio es un duelo complejo, no quiero decir que sea más o menos grave que otros, sino que está conformado por distintos niveles y ámbitos de pérdida, a diferencia, por ejemplo, del duelo simple en el que el dolor está concentrado en la ausencia de un solo objeto privilegiado. León y Rebeca Grinberg[1], emigrados a España de Argentina, consideran que “la migración, justamente, no es una experiencia traumática aislada que se manifiesta en el momento de la partida-separación del lugar de origen, o en el de llegada al sitio nuevo, desconocido, donde se radicará el individuo. Incluye, por el contrario, una constelación de factores determinantes de ansiedad y de pena” (23).

Se hace necesario recordar brevemente los conceptos psicoanalíticos sobre el duelo. Freud lo definió como “la reacción frente a la pérdida de una persona amada, o de una abstracción equivalente como la patria, la libertad o un ideal”. Es decir que cuando escribió sobre el particular, en 1915[2], la destrucción de los países a consecuencia de la I Guerra Mundial (1914-1918) estaba muy presente en sus reflexiones y en su propia vida. Por otro lado, la pérdida de la patria, la libertad o un ideal son temas que fácilmente se asocian con las emigraciones.

Veamos las fases del proceso de duelo descritas por Freud. Utilizo el resumen del trabajo “Los procesos de duelo y el desarrollo humano” de Carlos Paz[3], psicoanalista argentino también emigrado a España. Brevemente son:

1ª etapa. Reconocimiento de la pérdida. Su negación conlleva la imposibilidad del desarrollo siguiente y puede afectar el contacto y reconocimiento de la realidad.

2ª etapa. Progresivo desligamiento de las cargas afectivas del objeto perdido.

3ª etapa. Aceptación de la pérdida e identificación con el objeto perdido que de ese modo se mantiene incorporado al Yo.

4ª etapa. El Yo queda libre para invertir las cargas afectivas en nuevos objetos.

Añade Paz las observaciones de Melanie Klein quien considera que todo duelo reactiva duelos infantiles tempranos y conmueve la estructura psíquica. Es fundamental que el Yo pueda dominar el odio hacia el objeto amado perdido (se odia porque nos ha abandonado) y para ello el sujeto en duelo necesita recordar las buenas cualidades de ese objeto. De ese modo puede sentir que la vida seguirá existiendo y que el objeto amado perdido puede conservarse internamente. Esta experiencia estimula las sublimaciones y las actividades creadoras.

Freud no consideró el duelo como una patología sino como una ‘reacción a la pérdida’. Sin embargo, las reacciones a la pérdida migratoria adquieren en algunas personas características que, sin entrar a definirse como patológicas, muestran sin duda un intenso traumatismo psíquico, grados elevados de ansiedad y ejercicio de mecanismos de defensa básicos, hasta tanto el sujeto logra una aceptación de la pérdida y posibilidades sublimatorias del trauma, lo que no siempre ocurre. Porque, y esto hay que subrayarlo, toda emigración es traumática. Quien emigra probablemente lo hace escapando de situaciones que eran traumáticas en sí mismas, pero eso no quita el carácter traumático de la propia decisión. No es un juego de ganar-ganar como creen algunos; tampoco necesariamente de perder-perder, y deseablemente debería terminar siendo de ganar-perder. En el resultado influyen variadísimos factores que no puedo sino resumir los que considero más significativos: el grado de estabilidad psíquica del sujeto migrante, la edad, la migración solitaria Vs. en pareja o familia, los recursos para emprenderla, las oportunidades de rehacer los objetivos de vida en otros contextos, los niveles de rechazo o aceptación del país de acogida, la capacidad de tolerar la soledad o la no inclusión, serían algunos de ellos y pueden añadirse muchos otros. Por supuesto que el resultado de la emigración en términos de lograr una buena situación, o en todo caso mejor que la anterior, es un factor esencial, y sin embargo vemos individuos que no han logrado todas las metas a las que aspiraban y están conformes, mientras que otros, a quienes las condiciones han favorecido considerablemente, arrastran por largo tiempo las secuelas del duelo. Es importante aclarar que me estoy refiriendo a migraciones y no a exilios, que forman parte de otro tema.

La otra característica del proceso migratorio es la que mencioné al principio: su complejidad. Contiene el nivel humano, pero también el ambiente no humano, el paisaje, los lugares, la casa, el clima, el olor, la gastronomía, la música, los ritmos de vida. Contiene también el capital histórico de la memoria. Una pareja que emigró a un país en el que disfrutaban de todas las facilidades para llevar una existencia cómoda, poco tiempo después regresaron. La causa: porque allí adonde se habían ido no tenían una historia común con nadie. Una historia común es un intangible, a algunos los afecta mucho, a otros quizás menos. Otro ejemplo: una pareja, cuya vida migratoria ha sido exitosa, no termina de reponerse de los pocos amigos nuevos que han logrado reunir, y sobre todo porque no son los ‘viejos amigos de siempre’. Estos dos ejemplos son casos de personas de tercera edad. Toda la historia está atrás y lo más importante en esa etapa es compartirla con quienes la conocieron.

La experiencia traumática del duelo migratorio reactiva las dos ansiedades básicas del psiquismo definidas por Klein: depresiva y persecutoria. En el primer caso el sujeto está sometido al dolor de la pérdida, y en el segundo odia al objeto perdido por haberlo abandonado y ese objeto odiado se transforma en perseguidor. Estas ansiedades se manejan principalmente con los mecanismos de defensa de negación-idealización y proyección-denigración que pueden alternarse con mucha velocidad. Los Grinberg añaden las ansiedades confusionales, pero no he podido observarlas directamente ya que, como queda dicho, no son observaciones dentro de un tratamiento.

Veamos algunos ejemplos de sujetos entre los 55 y 75 años de edad.

Ejemplo 1. Una pareja cuya única hija emigró a otro país latinoamericano; se trata de personas de muy modestos recursos económicos y viajar sería imposible para ellos, aunque sí pueden comunicarse con alguna frecuencia vía whatsapp. Sin embargo, no parecen saber mucho de su vida. Están resignados a no verla y lo único que desean es que le vaya bien, que tenga trabajo, que se case. En este caso no conocemos las reacciones de la migrante sino el dolor y la angustia de los padres que se acompañan mutuamente en el dolor de esta pérdida y se consuelan con la vaga esperanza de que ‘las cosas le vayan bien allá’ o que algún día vuelva.

Ejemplo 2. La presión económica obliga a esta profesional de alto nivel de excelencia a emigrar. Las primeras reacciones son: negación de las bondades y oportunidades que recibió de su país de origen y la idealización de las condiciones del país de acogida. Nada de lo obtenido en Venezuela es digno de consideración, todos los beneficios vendrán del nuevo país, cuyas dificultades y problemas se minimizan, así como se niegan las ventajas que obtuvo en el país original. El país perdido se personifica y se transforma en un objeto amado y traidor, frente al que desarrolla una suerte de fobia, es decir, en términos psicoanalíticos un objeto malo y persecutorio, casi una persona que la ha traicionado, mientras que el nuevo país es una madre bondadosa, un objeto bueno e idealizado en el que solo se ven cosas favorables y se niegan o minimizan sus problemas. Este caso pudiera ser considerado en la posición de ganar-ganar (ganar todo al dejar el país de origen y ganar todo en el país de acogida).

Ejemplo 3. En este caso el inicio del duelo migratorio comenzó no por la idealización del país de acogida sino por su denigración, convertido en un objeto malo que casi la obligaba a irse, y además habitado por personas odiosas. Después de varios años la relación con el país de acogida se normaliza, aunque se mantiene muy ambivalente, y por otro lado se agudiza el duelo por el país perdido, que nunca estuvo negado, pero sí matizado por la rabia. Este sería un caso que inicialmente se situaba en la categoría de perder-perder, en el que la migrante se sentía obligada a dejar el país amado para encontrarse con uno odiado, pero progresivamente se fue acercando al ganar-perder en tanto adquirió beneficios en el país de acogida y aceptó con tristeza, pero sin rabia, lo que dejó atrás.

 

Ejemplo 4. Este es el caso de un hombre que decide emigrar porque consideraba que Venezuela era un lugar del que había que huir lo antes posible y en el país de acogida encontraría muchas ventajas. Su disposición inicial era la de ganar-ganar. El resultado no fue exactamente así y no pudo ubicarse en las situaciones laborales deseadas, lo que de alguna manera se convirtió en una lesión permanente para su autoestima que lo fue llevando a una situación de perder-perder; nada bueno quedó en el país de origen, pero tampoco lo encontró en el de acogida. Ambos lugares terminaron por recibir las proyecciones de objetos malos abandonantes.

Ejemplos 5 y 6. En estos casos hay una suerte de posposición de las emociones, como si hubieran necesitado un tiempo para revivirlas. Una migrante comienza a expresar a través de las redes sociales con cada vez mayor intensidad, críticas al país de origen, comparado con el país de acogida. Lo interesante no es que se produzcan críticas, sino que, de acuerdo con las personas que la conocían, la virulencia de estas no parecía estar presente anteriormente. Pudiera pensarse que las emociones subyacentes estuvieran negadas y solo pudieron encontrar salida en el país de acogida.  El balance migratorio en este caso ha sido ganar-ganar. Todo lo malo quedó atrás y todo lo bueno adelante. Lo perdido queda negado y despreciado.

Otra manera de contrarrestar el dolor del desprendimiento es vivirlo maníacamente, negando la pena y experimentando sentimientos de triunfo, sobre los que se quedaron, a los que se siente limitados, incapaces, o expuestos a peligros y a penurias (Grinberg, p. 80).

Aquí pudiera acotar otro caso en el que también pareciera que las emociones sofocadas salen a la luz con la migración. En este caso la persona llegó como migrante a Venezuela en la infancia y retornó a su país de origen por las circunstancias económicas actuales. Resultó que guardaba mucho resentimiento por la xenofobia que había experimentado en Venezuela, de la cual nunca antes habló ni mencionó nada que pudiera hacer pensar que se había sentido víctima de ella.

Ejemplo 7. En este apartado se incluyen migrantes entre los 30 y 45 años, la mayoría profesionales, emigrados en pareja, con hijos menores o nacidos en el país de acogida. La primera diferencia con respecto a los casos anteriores es que para este grupo el tema país está prácticamente ausente, solo aparece de cuando en cuando para comentar alguna dificultad con un trámite legal (el pasaporte es uno de los más comunes), o situaciones de la familia que permanece en Venezuela, pero en general es un tema evadido de las conversaciones, visto con mucha distancia, como algo que pasa ‘allá lejos’ y que ya no tiene mucho que ver con ellos. Rara vez, por no decir nunca, aparece la hipótesis de regresar o de pasar una temporada. Las críticas por el país dejado atrás ya no se formulan sino muy ocasionalmente, en todo caso a modo de chiste. Tampoco la nostalgia, a excepción de temas tales como algunas comidas, las playas, algún recuerdo de infancia, etc. El desligamiento del Yo del objeto perdido y la capacidad para invertir las cargas afectivas en el nuevo es bastante evidente. Probablemente el factor edad sea crucial en este proceso. La capacidad de abandonar parte del pasado (el objeto perdido) para anudarse al futuro (objeto sustituto) es un proceso muy difícil o imposible para las personas que han traspasado más de la mitad de la vida.

Para finalizar otra circunstancia que vale la pena mencionar, aunque sea brevemente, y que abre un capítulo aparte son las diferencias que se van estableciendo entre los que se quedaron y los que se fueron. Parecieran abrirse brechas de incomprensión, incluso de culpabilización mutua, de apuestas de superioridad por parte de unos y otros que oscilan en extremos: los de quienes piensan que el país quedó destruido para siempre y los que creen en promesas más o menos insostenibles de que el país vuelva a ser el mismo, o incluso mejor. Es también una forma de eliminar el duelo: imaginar un futuro que restaure el pasado, o negar cualquier esperanza de que lo mantenga vivo.

[1] Grinberg, León y Rebeca. Psicoanálisis de la migración y del exilio. Madrid: Alianza, 1984.

[2] Freud, S. “Mourning and Melancholia,” (1915). The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud (Vol. 14, 1917) London: Hogarth Press, 1953.

[3] Paz, Carlos. Psicoanálisis. Diez conferencias de divulgación cultural. En Volumen colectivo de la Asociación Psicoanalítica de Madrid. Valencia: Editorial Promolibro, 1993: 145-169.