Desde la soledad de la conciencia, por Gisela Kozak Rovero

Desde la “soledad de la conciencia”, desde la fractura, palabras suyas, de una sociedad polarizada, Torres reflexiona en El oficio por dentro (Caracas, Alfa 2012) sobre el ejercicio de la escritura como obra artesanal, sobre las motivaciones para escribir y sobre las implicaciones históricas y culturales de la escritura. El prólogo de la ensayista y docente María Fernanda Palacios “Retrospectiva de un oficio por dentro”, nos acerca a la trayectoria de una escritora que después de treinta años de oficio construye desde los ensayos recopilados en este, su nuevo libro, el sentido de una vida volcada en la escritura, sentido a la vez personalísimo e histórico. Dice Palacios en el prólogo:

Casi treinta años después, Ana Teresa es lo que se llama un escritor (sic) de oficio. Una obra ya considerable no solo por los muchos libros sino por el rigor y la autenticidad que la respaldan, las distinciones y premios recibidos, su creciente difusión dentro y fuera de Venezuela, todo esto justifica que existan lectores interesados en saber de ella, en conocer lo que piensa de la literatura. Este libro responde a esa curiosidad, pero ofrece algo más. Si se lo lee como quien contempla un paisaje, viendo cómo se cruzan sus distintos horizontes (el novelesco y el de la vocación, el de la historia y el del país), quien lo lea como un continuo, saltándose el andamiaje externo de cada texto, podrá construir un escenario intemporal e impersonal de donde nacen, o adonde van a parar, todas sus narraciones (10).

La lectura de este libro como paisaje y pasaje nos lleva a una dimensión personal de la cultura que se agradece en medio de estos tiempos de anti-humanismo y tribus. Esta dimensión es muy evidente en la primera parte del libro, “La novela en siete vueltas”, en la cual la reflexión sobre la propia obra se inserta en variadísimas literaturas y épocas partiendo de los aspectos del relato registrados desde la Poética, de Aristóteles, hace milenios: la estructura novelesca, personajes, espacio, tiempo, anécdota, tema y voz. En la segunda parte, “A la escucha del texto”, se exploran el origen, trayectoria y singularidades de la voz autoral de Torres, de esa voz alimentada de la experiencia como psicoanalista, de sus múltiples lecturas y de su pasión por la historia. Se trata de entender cómo la vida se convierte en literatura pues el sentido de lo humano es siempre un relato alimentado de la memoria, definida en palabras de Torres“como la recuperación fragmentaria de acontecimientos, situaciones, circunstancias, personas, espacios, experiencias, en los que nos detenemos porque algo nuestro se detuvo allí”. Cierra el volumen con “La escritura y sus circunstancias”, ensayo en que se explora la condición del hombre y la mujer intelectuales en la contemporaneidad, desde una perspectiva que no olvida la situación venezolana.

Aunque para Ana Teresa Torres “la posteridad es una fiesta aburrida a la que, por suerte, no estaremos invitados”, tal como ella lo indica en El oficio por dentro, su figura encarna como pocos escritores o escritoras en Venezuela la definición de Edward Said del intelectual como “individuo dotado de la facultad de representar, encarnar y articular un mensaje, una visión, una actitud, una filosofía o una opinión para y en favor de un público”. Esta facultad impone el riesgo de la posteridad porque el mensaje transmitido perdura tanto en las propias páginas como en las de otros. Torres no ha escrito solo novelas sino textos psicoanalíticos, críticos e históricos, lo cual aumenta su posible influencia entre gente de diversa formación y procedencia. Abrevó, al igual que tantos hombres y mujeres dedicados a la escritura, en la idea de que la literatura era la voz misma de lo humano dispuesta en esas páginas manchadas de tinta, soporte mismo de verdades universales capaces de remontar vidas, épocas, culturas e historias. Es decir, Torres disfrutó de la posteridad ajena con la misma libertad con que desconfía de la suya propia. No se ancló en las certezas ilustradas y decimonónicas del arte y la literatura, incapaces de resistir los embates de las revoluciones políticas y tecnológicas del siglo XX, y por ello indica: “Un nuevo humanismo es necesario, que contemple las diferencias multiculturales, que no parta del dominio de los centros hegemónicos, pero, al mismo tiempo, que acepte unas reglas básicas de la civilización, más allá de nuestras distintas historias y problemas”. Tal humanismo en Torres no solo es multicultural y anti-hegemónico, está cruzado por su condición de mujer escritora, condición desde la que se posee, según la autora,  “una mirada iconoclasta porque sabe que  la estatua siempre es fálica”.Este humanismo descolocado y auto-reflexivo es fiel a los dictados de la “soledad de la conciencia”, herencia del pensamiento liberal y de la filosofía romántica que tantas vidas ha fraguado y destruido, pilar de la vida moderna que es visto con desconfianza por las causas que justifican lo injustificable en las tranquilidades del gregarismo.

Volviendo a lo que Torres llama las reglas básicas de la civilización, la  libertad de expresión, pensamiento y creación, el siempre renovado derecho a la disidencia, forman parte esencial de ellas pues hay un riesgo más grave todavía que el tedio de la posteridad que ni siquiera nos alcanzará,  y es el de las exigencias del presente. En palabras de Torres, “(…) Es difícil resistir cuando el discurso se abre en dos fosas. He vivido esto en el actual proceso político venezolano. En estas circunstancias la soledad de la conciencia se hace más amarga. Saber que no se tiene partido, grupo, asociación que nos legitime plenamente. Que el ejercicio de la conciencia nos puede colocar irremisiblemente en la condición de traición porque solo se entiende la incondicionalidad”.  La incondicionalidad es adversaria de la soledad de la conciencia pues ésta atiende no a la autosatisfacción narcisista sino a los valores éticos de la cultura en cuyo nombre la incondicionalidad puede convertirse en un dispositivo de condena de la diferencia y la diversidad, sobre todo en sociedades como las nuestras obsesionadas, palabras de la escritora, por el poder.

Como intelectual, Torres prefiere la vida de hombres y mujeres en su condición ciudadana frente a nuestra pasión nacional por los héroes. No obstante, la soledad de la conciencia es una rara forma de heroísmo, capaz de remontar las metas inmediatas en pos de otras mayores, pues no de otra manera se construye una carrera de escritor o escritora en una época y en una sociedad tan poco dada a la reflexión, al silencio, las ideas y el trabajo sostenido.

Publicado el 07/02/ 2013 en Prodavinci