“Saber que los políticos son responsables públicos, y que están allí porque nosotros los ciudadanos los hemos ‘constituido’, serían dos efectos favorables de haber tragado mucho sapo crudo en estos años. Vale la pena tenerlo en cuenta”.
Venezuela aparece en 2023 con una nueva versión opositora que a pocos parece gustar; como he manifestado por otras vías, en mi opinión no han sido suficientes las explicaciones de los cambios que han dado los actores políticos a su electorado; es decir, a nosotros los ciudadanos que hemos votado sistemáticamente por los representantes opositores durante más de veinte años. Y dicho esto, valga insistir en que no solo los políticos cambian los escenarios, también lo hace la gente del común, sabiéndolo o sin darse mucha cuenta.
Un cambio importante es que durante muchos años los opositores votamos por aquellos que nos representaban en tanto opositores sin dudarlo y sin esperar nada a cambio, confiados en que esa era nuestra única y mejor opción para no desaparecer del mapa político. Probablemente a los votantes favorables al Gobierno les ocurría lo mismo, pero el tiempo hace de las suyas y hoy las cosas no están en el mismo punto para nadie. El fervor político ha desaparecido del escenario, quizás para bien porque eso nos deja la mente más clara para pensar y decidir. Hablo por mí misma; hoy no me siento inclinada a apoyar, y menos a elegir a un representante por la sola razón de que se mercadea como político opositor, muchas otras virtudes deben tener los elegibles.
La primera de ellas es dar cuenta de sus actos, es decir informar al electorado de lo que hace, quiere hacer y por qué sin asumirse en el derecho indiscutible de actuar como le parece, y allá nosotros si no lo entendemos o no nos gusta. Lo de que debemos darnos por contentos con el hecho de que podamos votar y más o menos elegir era en otra Venezuela, en otra época. Hoy estamos más al tanto de lo que pasa y hemos perdido la inocencia democrática que llevó a pensar que cualquier golpista podía portarse bien si lo elegían presidente. Los desencantos sufridos por una sociedad que tanto creyó (sí, creímos) en la democracia, que tan orgullosa estuvo de sostenerla en medio de un Continente rodeado de dictaduras por todas partes, han producido efectos, unos favorables y otros no.
“Mientras tanto una gran mayoría de personas desvía su atención de los acontecimientos políticos, en parte porque hay que estar pendiente de si llegó el agua, o se fue la luz, de las posibilidades de poner gasolina, y desde luego de lo que está pasando con los precios”
Los desfavorables son la pérdida de confianza en el sistema, el alejamiento del ciudadano de los partidos, y la siempre mítica espera de un héroe que de nuevo aparecerá para salvarnos (ojo, seguro debe haber ya algunos aspirantes). Mientras tanto una gran mayoría de personas desvía su atención de los acontecimientos políticos, en parte porque hay que estar pendiente de si llegó el agua, o se fue la luz, de las posibilidades de poner gasolina, y desde luego de lo que está pasando con los precios. Y todo ello bajo una capa muy fácil de ver en las redes sociales: el desprecio hacia los actores políticos.
Pero los efectos favorables también están allí y hay que sumarlos. Uno es la mayor conciencia acerca de lo que en inglés se conoce como accountability, y generalmente se refiere a que las personas deben rendir auditorías de sus actos. Pero me parece que es más que eso, es una virtud moral, la de actuar y dar cuenta de los propios actos a aquellos con los que se ha contraído alguna obligación. ¿Y ante quién debe darse esa satisfacción? Aquí viene otra palabrita en inglés, más preciso para estas cuestiones: constituency, tiene un sentido más fuerte que la palabra electorado, que usaríamos en español. Así que saber que los políticos son responsables públicos, y que están allí porque nosotros los ciudadanos los hemos constituido, serían dos efectos favorables de haber tragado mucho sapo crudo en estos años. Vale la pena tenerlo en cuenta.