El género como discurso y como teoría

Fundación José Félix Rivas. Aniversario Casa de Petare. Facultad de Ciencias Económicas y Sociales. Universidad Central de Venezuela. 9/11/00. En Mujer, drogas y género. Un problema sin atención (2004). Caracas: Fundación José Félix Ribas: 79-84.

Cuando un bebé humano nace, existe un nuevo cuerpo pero todavía no tenemos un sujeto. El sujeto es una construcción imaginaria y simbólica que se produce en el tiempo a través del proceso de subjetivización a que lo somete la cultura pre-existente. El sujeto es el resultado del discurso del Otro sobre el Ser. Por lo tanto, el sujeto genérico -el sujeto atribuido con un género- es también una construcción. Sus atributos responden a un discurso de la cultura, entendiendo por cultura toda la red de significaciones simbólicas e imaginarias que nos pre-existe, nos envuelve y nos habla, y no un estrecho apartado culturalista que se confunde con el repertorio de costumbres o normas de determinados grupos sociales.

La primera de las representaciones que pesa sobre el concepto de género es la de oposición. La oposición de lo masculino y lo femenino es un producto del pensamiento estructuralista binario, que muestra al par masculino/femenino en contradicción simétrica, como lo blanco/lo negro, lo lleno/lo vacío, el día/la noche, etc. Lo masculino y lo femenino no se oponen en términos de contradicción lógica, sino como lugares dentro de la estructura de la sexualidad humana. Resumiendo, el ovario no es lo contrario del testículo como la nariz no es lo contrario de la boca, un hombre no es lo contrario de una mujer, como un adulto no es lo contrario de un niño, o un hombre blanco no es lo opuesto de un hombre negro. Dicho de otro modo, la concepción de los sexos en términos de opuestos, de contrarios, da lugar a lo que se llama “sexismo”, similar al racismo, al clasismo, etc, es decir, a toda concepción o mentalidad que interpreta la conducta de los sujetos a partir de una o varias de sus condiciones, en tanto esas condiciones son vistas como opuestas, contrarias e irreconciliables con otras.

La segunda representación que pesa sobre el concepto de género es la permanencia, irrevocabilidad e inmovilidad de sus características. En lo que atañe a la mujer, la representación del género como permanente ha dado lugar a la concepción del eterno femenino, es decir, a una cierta psicología de la mujer que permanece igual a sí misma, no importa dónde, cuándo y cómo exista esa mujer.

De estas dos representaciones de oposición e inmovilidad, surge el discurso patriarcal sobre el género. Consiste, para decirlo brevemente, en la producción de un conjunto de estereotipos, modos y características que se atribuyen a los seres como propios, inmanentes, inmodificables, y que codifican su identidad y su destino de acuerdo a que sean de sexo masculino o femenino, estableciendo un discurso acerca de la masculinidad y feminidad. Ese discurso no es universal, y ofrece variantes de acuerdo a las culturas, aunque puede afirmarse que no existe ningún grupo humano conocido en el cual no pese la hegemonía de la masculinidad sobre la feminidad; por supuesto, en distintos grados y tomando en cuenta las sustanciales transformaciones que la cultura occidental ha venido produciendo desde la segunda guerra mundial al respecto.

Resumiré algunas representaciones generales de las cuales deriva todo ese conjunto de mentalidades y prácticas que más cómodamente llamamos “machismo”.

a) La mujer pertenece a la naturaleza: es imprevisible, susceptible de dominación, volcánica o desértica, fértil o infértil, tempestuosa o sedante, dócil o agreste, etc. Sus ciclos están determinados por la luna y las mareas (léase hoy el síndrome premenstrual); su cuerpo se identifica con su esencia. Como parte de la naturaleza, debe ser dominada. Este planteamiento es muy cercano al de la naturaleza “salvaje” del primitivo que el hombre blanco establece para los otros grupos étnicos, e incluye, la autorización para ejercer sobre ella la violencia.

b) La mujer pertenece a alguien. Así como la naturaleza se divide y su valor queda repartido entre los propietarios, la mujer queda definida por la propiedad de quien la detenta: el padre, los hermanos, el esposo, los hijos, y en última instancia el cuerpo social. No puede dejar de mencionarse a Levy-Strauss, quien establece el origen de la sociedad en el reparto de mujeres.

c) La mujer es un objeto con valor de cambio y debe ajustarse a los cánones con que cada sociedad establece ese valor. Es decir, la mujer debe portar ciertos atributos estéticos y morales para ser intercambiable en el mercado. Este planteamiento la sitúa en un plano muy cercano a la condición de clase dominada, en el sentido marxista del término.

d) La mujer es eterna, inmodificable y misteriosa. El “eterno femenino” define su psicología, no importa cuál sea el contexto histórico. Este elemento consagra la no identidad del sujeto femenino dentro de una colectivización de atmósfera romántica y pseudoidealizada.

e) La mujer tiene un destino acorde con su naturaleza. La pérdida de individualidad dentro del colectivo genérico representa un despojo del ser. Las mujeres, así, no pueden aspirar a una autorepresentación fuera del grupo, la cual queda solidificada por la asignación de roles sociales fijos, en una colectivización de destino.

Para este momento contamos ya con un discurso de la mujer acerca de la mujer, contrapuesto al discurso del hombre sobre la mujer, y que, aun cuando tiene diferencias conceptuales, coincide en definir que “la mujer” no es ese sujeto que se supone definido, o que, al menos, encuentra un malestar en situarse en ese conjunto de definiciones que se han propuesto para su condición. Existe también un discurso patriarcal complementario para definir al “hombre”, que también requiere, y está, en deconstrucción; sin embargo, la diferencia entre ambos casos reside en que, por razones obvias, los hombres no sufren del mismo malestar a la hora de quedar construidos en el discurso social.

La deconstrucción del sujeto femenino llevada a cabo por el pensamiento feminista es lo que constituye la teoría de género. Tiene aproximadamente medio siglo de existencia aun cuando encuentra antecedentes históricos muy anteriores. No es un pensamiento homogéneo y coexisten diferentes tendencias o proposiciones, especialmente entre el feminismo francés vs. el anglosajón. Se han  producido ya tres “olas” de pensamiento: el feminismo de los años 40 y 50, inaugurado por Simone de Beauvoir, más cercano a los conceptos marxistas de dominación; el postfeminismo a partir de 1968, más interesado en la construcción de identidades, en el cual se sostienen diferentes posiciones de acuerdo al peso de la identidad como clase, como grupo étnico, o como elección sexual. El debate tiene que ver con que el planteamiento de una “identidad femenina” resulta esencialista en tanto propone una esencia definitoria de la mujer, bien sea como resultado de la naturaleza o de la experiencia social.  Por otra parte, una identidad genérica no podría tomar en cuenta las diferencias entre las mujeres y operaría un efecto represivo, estableciendo una suerte de cánon o ideal femenino que dejaría de lado las identidades individuales o colectivas de determinados grupos de mujeres. Recientemente jóvenes norteamericanas manifiestan un feminismo de tercera ola, más preocupado por las metas políticas y logros efectivos que por la exploración de las identidades.

Sin embargo, a pesar de las diferencias y fuertes controversias puede hablarse de un consenso en cuanto a que toda teoría de género coincide en que la mujer, definida como lo ha sido, se encuentra en una posición general de subordinación, de condición segunda, de minoridad, variable de acuerdo a las culturas, los grupos étnicos y las clases sociales. Esta deconstrucción operó, en primer lugar, un efecto de negación, es decir,  un “no somos eso” frente al diccionario de afirmaciones establecido para la condición femenina, y en segundo lugar, un efecto de afirmación, un “somos esto”, es decir, una creación de nuevas maneras de concebir el género, sus diferencias, relaciones y alternativas. Precisamente, esta generación de ideas que lleva más de medio siglo, con implicaciones concretas en las manifestaciones políticas y sociales, así como la intensidad del debate teórico, rompen con dos de los estereotipos más conocidos del discurso patriarcal. Uno, que las mujeres no pueden trabajar colectivamente porque se celan, y dos, que las feministas son grupos de mujeres todas iguales en su odio al hombre y sus frustraciones.

Me voy a referir principalmente a algunos aspectos de la teoría de género que se produce a fines de los años sesenta, y que se conoce como postfeminismo.  Esta producción se caracteriza por la utilización de las estrategias analíticas del pensamiento contemporáneo para generar una deconstrucción del discurso de género. Implican una utilización de esos instrumentos teóricos, a la vez que una crítica de los mismos. Entre ellos, sin duda el psicoanálisis ha sido, y sigue siendo, fundamental. La utilización de sus teorías se sustenta en que Freud es el primero que niega el condicionamiento biológico de la sexualidad al afirmar que la identidad emerge en relación a la sexualidad y el deseo, y que el sujeto se constituye a partir de procesos inconscientes. Otros teóricos estudiados han sido Melanie Klein y Joan Riviere, analistas que comienzan a producir una teoría de la mujer diferente a las teorías falocéntricas freudianas, y Lacan, por la introducción del lenguaje como proceso constituyente de la identidad.

Otro pilar fundamental ha sido el estructuralismo. Jacques Derrida inicia los conceptos de deconstrucción estructuralista, o postestructuralismo, de Saussure y Levy-Strauss, según los cuales el significado se construye a través de las oposiciones binarias que ya mencioné. Macho/hembra; presencia/ausencia; hablado/escrito, etc. Plantea que el pensamiento occidental se ha sustentado en el logocentrismo, es decir, en la búsqueda del logos, de un centro que organiza el pensamiento, y propone la disrupción de ese centro a partir de la “diferancia” (differance), que es algo indecible. Es decir, no dividir de acuerdo a un centro, el logos, la razón, sino producir otra vía. La teoría de género tomó este concepto de “lo indecible” para aplicarlo a la condición de la mujer. Una teórica muy importante en este campo es Helene Cixous, que inscribe el concepto de “escritura femenina”, como algo “diferante”; una escritura que produce dinámicas alternativas de expresión que no descansan en la lógica binaria.

Luce Irigaray, psicoanalista francesa, y lider del Movimiento de Liberación de la Mujer en los años setenta, ha producido también aportes muy sustanciales en la deconstrucción del imaginario masculino. Irigaray plantea que es necesario interrogar la tradición filosófica desde el punto de vista de la mujer. Así, en el psicoanálisis, plantea, en contraposición al asesinato del padre freudiano, el asesinato de la madre. En tanto en la representación de la mujer no existe en el discurso patriarcal y las mujeres no han sido simbolizadas. Este punto motivó su ruptura con el pensamiento lacaniano. Dentro del pensamiento francés, Julia Kristeva es una figura fundamental. También insiste en este aspecto del “no lugar” de la mujer en la representación. Y Michael Foucault, cuyas ideas acerca de la ordenación y disciplina del cuerpo y la sexualidad fueron también instrumentos de análisis muy utilizados por la teoría de género.

En Estados Unidos es indispensable mencionar a Susan Sontag, que si bien no tiene escritos específicos sobre la teoría de género, ha sido muy estudiada en relación a su crítica de la mirada. La mirada sobre el cuerpo, la enfermedad, como una ordenación de sentido que nos condiciona. Por supuesto, la mirada sobre el cuerpo de la mujer que recoge el arte occidental, el cine, la literatura, es un tema muy estudiado, y ha tenido repercusiones sobre el tema de la pornografía. Andrea Dworkin, y la abogada Catherine McKennon, han escrito acerca de la utilización del cuerpo de la mujer en la industria, e incluso intentado legalmente la prohibición de la pornografía en los medios de comunicación. Judith Butler es una figura destacada en los temas de la pluralidad sexual.

Otros instrumentos de análisis como son los estudios postcoloniales han tenido mucho peso en la incorporación de los aspectos multiculturales en la teoría de género. Gayati Spivak insiste en el reconocimiento de los sujetos subordinados, siguiendo la teoría de la hegemonía de Gramsci, para aplicarla al sujeto subordinado en términos culturales y étnicos. El concepto de raza ha tenido también gran importancia en los Estados Unidos, y destacamos a bell hooks, teórica que ha insistido en los problemas específicos de las mujeres afroamericanas que no pueden englobarse sin tomar en cuenta su identidad.

También es relevante citar la filosofía moral feminista que ha tenido un papel fundamental en mejorar la legislación a favor de los derechos de la mujer, como el aborto, y en problematizar aspectos éticos tales como la determinación biológica, las diferencias de género, los derechos de los niños, la ética ambiental, la ética científica, la embriología. Esto tendrá cada vez más relevancia en la medida en que la ingeniería genética se desarrolle, como es el caso de la fertilización y clonación. Existe también una corriente que estudia los efectos de la revolución informática, la inteligencia artificial. La mayor representante es Donna Haraway quien ha analizado el feminismo en las condiciones de tecnología avanzada. Otra repercusión importante se ha producido en el campo de las artes visuales, en torno a la representación de la mujer y la incidencia de la comunicación masiva en los estereotipos femeninos.

He incluido brevemente estos desarrollos para combatir la idea de que el feminismo es algo pasado de moda. Por el contrario, es una teoría en expansión, que ha albergado diferentes debates, y que no se ha agotado en una expresión definida sino en un campo abierto al pensamiento.

Me gustaría terminar con dos definiciones acerca de la teoría de género y el movimiento feminista que con frecuencia son considerados desde una óptica bastante negativa en nuestro país. La teoría de género es el desarrollo de un pensamiento que intenta comprender la construcción del género sexual como una construcción psicosocial y no como un destino marcado por la biología. Los movimientos feministas, que comenzaron desde el siglo XVIII en busca de la igualdad jurídica, económica y social de las mujeres, son agrupaciones que han perseguido acciones políticas y sociales para procurar esa igualdad; en Venezuela es importante recordar la participación de la Asociación Venezolana de Mujeres que luchó en los últimos años de la dictadura gomecista y el período de transición, por el voto de la mujer, concedido en 1947, así como la participación de mujeres abogadas y de otras profesiones en el cambio del Código Civil en 1982, y finalmente en 1998, la promulgación de la Ley contra la Violencia Doméstica, como los tres hitos más importantes de esa historia por la transformación de las mentalidades y prácticas sociales que conciernen directamente a las mujeres.