Heredera de la larga tradición de grandes narradores instaurada por novelistas de la talla de Teresa de la Parra, Rómulo Gallegos, Arturo Uslar Pietri y Salvador Garmendia; Ana Teresa Torres es hoy en día una de las grandes novelistas contemporáneas venezolanas. Su novela Doña Inés contra el olvido (1992) se enfoca en el tema de la situación de marginalidad y despojo a los que han sido sujetos grupos como las mujeres y los exesclavos por la historia oficial del país. La protagonista de la novela, Doña Inés Villegas y Solórzano, se convierte en la voz del recuerdo quien desde su tumba compele a sus múltiples interlocutores (su esposo, Don Alejandro Martínez de Villegas, Juan del Rosario-negro liberto, Carlos V o el caudillo Joaquín Crespo, entre otros) a reintegrarle las tierras que le han sido expropiadas, y con ello, a otorgarle el papel que se merece en la historia.
Las dicotomías poder vs resistencia o la tradición española vs la tradición americana se representan en el relato de Doña Inés asociadas al conflicto constante entre la oralidad y la escritura que caracteriza todavía el encuentro entre el viejo y el nuevo mundo. En este ensayo se demostrará que por medio del empleo de una serie de recursos narrativos tales como la organización del relato simulando un tejido, el uso de la repetición y empleo de los narratarios, Ana Teresa Torres logra incorporar a su relato algunos de los rasgos distintivos que según Walter Ong distinguen a las culturas orales. Mediante el manejo de dichas técnicas, la autora implícita logra no sólo rescatar a la mujer del olvido al que fue sometida y reintegrarla al curso de la historia nacional, sino también proponer que todo intento de reinventar una nación en Latinoamérica deberá contar irremediablemente con los grupos marginales que constituyen la mayoría de la población.
La estructura de la novela se plantea desde el inicio como un pleito legal por la posesión de las tierras del Valle de Curiepe entre Doña Inés y su paje liberto, Juan del Rosario Villegas. La obra se divide en tres partes que relatan cronológicamente la historia de dicho pleito a partir de 1715, cuando se levanta el primer alegato de Juan del Rosario ante la corona española para fundar el poblado en Barlovento, hasta 1984, cuando el gobierno debe devolver a sus dueños originales las tierras de la Ensenada de Higuerote que expropió el General Joaquín Crespo para construir el ferrocarril. La novela está organizada como una especie de colcha de retazos cuyo centro es la carpeta constituida por el litigio legal al que se vuelve una y otra vez pero a la vez al que se agrega cada uno de los episodios de la historia familiar o piezas que constituyen el tejido total del relato.
En el libro Orality and Literacy, Walter Ong ha señalado que los relatos de la cultura oral se caracterizan por un patrón agregativo (37). Tanto la estructuración del relato en forma de colcha de retazos como las frecuentes referencias al tejido en la novela confirman la asociación de la novela con el mundo de la oralidad. Por ejemplo, cuando la narradora hace una digresión
en el recuento de los hechos que hace a Juan del Rosario afirma : “Pero veo que de una historia a otra pierdo el hilo,” (213) o “¿De qué te estaba hablando Juan del Rosario?, se me va el hilo, perdida como estoy entre los memoriales” (19). Doña Inés, no solamente reclama la autoría sobre el texto sino que también revela la manera en que está construido el relato como un texto en el que subyacen los rastros de la oralidad. Más tarde Doña Inés le cuenta a su marido Alejandro los detalles del momento en que la familia quedó diezmada por la guerra de independencia y solamente una niña sobrevivió a la catástrofe: “Aquí está, guardo el documento, la prueba de que no quedamos rotos (Alejandro) … una niña de doce años, encerrada en un convento para pobres … ella es el hilo de la continuidad” (83). El empleo de esta metáfora demuestra la importancia del tejido en la estructuración de la novela y enfatiza a la vez que, contrariamente a lo esperado en una sociedad patriarcal, son precísamente las mujeres Villegas las sobrevivientes que consiguen perpetuar y apropiarse de una voz para recontar la historia familiar.
Así lo confiesa Doña Inés a su marido cuando declara: “El tiempo, Alejandro, borrará mis querellas, y desvanecerá mis empeños, pero yo quiero que mi voz permanezca porque todo lo he visto y escuchado” (12). La narradora reclama para sí el derecho a contar, a una voz, a perpetuarse en los terrenos de la oralidad. Sin embargo, reconoce que a pesar de sus esfuerzos, la escritura es todavía dominio de los varones y por esta razón quiere que “venga el escribano y prepare su caja de tinteros, que moje la pluma y levante testimonio de mi memoria; quiero dictar mi historia desparramada entre mis recuerdos y documentos…” (12).
A pesar de que el relato de Doña Inés sigue un orden aparentemente lineal, cada capítulo de la novela se inicia con la apelación directa de Doña Inés a que sus narratarios tanto su marido Alejandro Villegas como su liberto o los muchos gobernantes que intervinieron en el proceso entren a discutir con ella los detalles del litigio. La imprecación a sus narratarios es un ruego constante a ser oída que en ocasiones llega a convertirse en un grito airado porque sus interlocutores se niegan a escucharla: “Y a ti, Carlos Cuarto, que te lo venía diciendo pero todo lo echaste en saco roto” (45), o “¿Sigues sin entender, Alejandro, por qué me empeño en contarte la historia de este canalla?” (133).
Walter Ong ha sostenido que en el texto escrito la trama se organiza con un comienzo, un desarrollo y un desenlace, tratando de crear una correspondencia unívoca entre el orden lineal de los elementos en el discurso y el orden cronológico en que los eventos ocurren. Sin embargo, en el discurso oral, sucede lo contrario: “Starting in ‘the middle of things’ is not a consciously contrived ply but the original natural, inevitable way to proceed for an oral poet approaching a lengthy narrative” (144).
Sin duda, una de las tendencias primordiales de esta obra es la de iniciar cada uno de los capítulos “in medias res,”colocando al lector siempre en medio del conflicto entre Doña Inés y sus interlocutores. “¿No te despierta, Alejandro, ese ruido que se escucha, ese trueno profundo, repetido, de dos en dos…?” (29); ¿Quieres tú, Juan del Rosario, saber de las tierras de Curiepe? Las mías, no lo olvides, las que le confirmó Felipe cuarto a mi padre en 1663” (77). En consecuencia, la narrativa está estructurada con base en una serie de episodios y personajes históricos y ficticios que se entrelazan en la novela para formar la cronología del litigio y a su vez la historia de los descendientes de la familia Martínez de Villegas.
El afán de Doña Inés de involucrar en sus discusiones directamente tanto a los personajes de la novela como a personajes históricos como Carlos V, Felipe IV, Moreno y Cañas, Joaquín Crespo y muchos otros, ofrece al lector la oportunidad de participar como un convidado de piedra en la conversación. Esta estrategia narrativa revela otra de las características que Walter Ong ha señalado fundamentales en las culturas orales, el tono agonista. Según el experto, en las culturas orales el conocimiento sólo puede ser adquirido en “la arena” del enfrentamiento entre dos interlocutores (44). La obra que nos ocupa, se distingue en general por la preponderancia de la acción y la multitud de personajes. No solamente Doña Inés se enfrenta constantemente a sus narratarios, quienes la despojaron de las tierras, sino también con sus descendientes con el ánimo de conocer los retazos de la historia familiar que han perdido.
Este es el caso de Francisco Villaverde, el último heredero de Doña Inés quien acude a la cita con el curioso abogado Heliodoro Chuecos Rincón. Heliodoro le entrega a Francisco los títulos de propiedad que durante toda la novela ha buscando infructuosamente Doña Inés, pero a su vez le cuenta fase por fase la historia de su familia. El relato de Heliodoro es un caso de repetición en términos de Gérard Genette, porque el récit recrea de nuevo episodios de la histoire (113) que ya han sido narrados pero establece un interesante contraste con el recuento de Doña Inés. Por un lado, encaja en el modelo de la oralidad porque repite de nuevo la información ya presentada, pero por otro presenta características que asocian a Heliodoro mucho más con la literariedad mientras que Doña Inés se destaca por su apego a la oralidad.
Cuando Heliodoro narra los episodios tanto Doña Inés como Francisco Villaverde se convierten en los narratarios del relato del abogado. Heliodoro cuenta a Francisco cómo durante la guerra de independencia su familia casi llega a su fin, pero gracias a la labor de una esclava negra se había logrado salvar a una niña llamada Isabel, la única descendiente de Francisco Martínez de Villegas.
En 1824 se registra en el libro de bautizos de la parroquia caraqueña de Altagracia una enmienda que introduce un franciscano, de nombre Antonio González, en la cual confirma una partida de bautismo de 1812, correspondiente a una niña llamada Isabel, descendiente de Doña Inés y Don Alejandro. El sacerdote dió fe de que esta niña había huido de Caracas con su familia en la emigración de 1814 y que había sido salvada por una esclava que la llevó a Barlovento durante varios años, y así mismo reconocía que aquella niña era la hija de Francisco Martínez de Villegas, a la cual él había bautizado.(196; mi énfasis)
Como se puede observar, el texto de Heliodoro sigue de cerca los documentos que tiene a la mano y adopta una visión completamente distanciada de los acontecimientos que caracteriza a los individuos letrados. Por el contrario, en la primera parte de la novela, Doña Inés narra el mismo episodio pero su manera de contar conlleva muchas de las características que Ong señala como específicas del relato oral: la repetición constante, la redundancia y la copiosidad y, en especial, la empatía con respecto a los problemas que deben enfrentar los personajes.
Es decir, los contrastes obvios que resultan de la inserción en la novela del texto de Heliodoro al cotejarse con el texto de Doña Inés es otra de las formas de las que se vale Ana Teresa Torres para contrastar los términos entre la oralidad y la escritura y por ende la cosmovisión masculina y femenina de la realidad. Es mediante el cambio constante de focalización que el lector percibe la tremenda empatía que despiertan en Doña Inés los personajes de su relato.
Cuando narra el momento decisivo en que la esclava Daría decide huir de la carreta de su ama con la hija de su nieto Francisco, la narradora mantiene la voz en tercera persona pero se enfoca en los pensamientos de la esclava y acerca tanto su visión a la de Daría que llega casi a con(fundirse) con ella:
Daría en veinte años no ha tomado una decisión, en veinte años no ha dicho nunca: yo quiero, yo deseo, yo propongo. En veinte años nadie le ha dicho nunca: qué quieres, qué propones, adónde vas … Cubre con el manto la cabeza de la niña para resguardarla del agua que embate contra ellas y escucha el aguacero … Piensa que ella llegará, exhausta despavorida, pero llegará hasta los negros que la vieron nacer … Recorre en su recuerdo todo el camino que la espera y trata de desentrañar toda la selva que la rodea … Doña Isabel duerme con los niños abrazados. Salta ahora, salta, escucha la voz de Ceferino … Daría mira a doña Isabel y quisiera hacerle una pregunta imposible. Si le habla, diría que no, si no le dice nunca se lo perdonará, la buscará y la hará matar a latigazos. (66-67)
Nótese que en este aparte es evidente el acercamiento de la narradora hacia los personajes revelador del grado de agradecimiento que Doña Inés para con Daría. Contrariamente a lo que sucede en el texto de Heliodoro, Doña Inés no escoge la posición de objetividad y distanciamiento típicos de la literariedad sino que opta por la simpatía hacia los personajes de su historia. Este afán participativo es otra de las características que Ong (45) ha señalado dentro de la cultura oral y que la autora implícita logra plasmar a través del cambio de focalización.
Del mismo modo, vale la pena destacar otros dos aspectos de la oralidad presentes en este fragmento de Doña Inés acerca de la huida de Daría con la niña Isabel en brazos: las frecuentes repeticiones y la copiosidad. Con respecto a la primera característica, es evidente que en cada frase se emplean las mismas palabras “en veinte años” y las mismas formas gramaticales: el presente perfecto, la negación (“no ha dicho,” “no ha tomado una decisión”) y el uso del pronombre personal “yo.” Con respecto a la segunda característica, Ong sostiene que en el discurso escrito se da prelación a las oraciones conectadas por elementos de subordinación (37), como se puede observar el texto de Heliodoro citado anteriormente. En este caso, por el contrario, predominan las conjunciones copulativas (y … y) y las pausas que garantizan la constante adición de elementos y la copiosidad del texto.
El patrón agregativo que distingue el relato de Doña Inés también se hace evidente cuando ésta expone las aventuras de Belén, la hija de su tataranieto José Francisco Blanco. En su juventud Belén se casó con un revolucionario que participó en la rebelión en Barcelona contra la dictadura de Cipriano Castro. Una vez viuda, Belén contrae segundas nupcias con Domingo Sánchez Luna, un vividor que se convierte en ministro y protegido del General Castro. La familia Villegas se encontraba para esa época en mala situación y con sus arcas bastante mermadas así que Cristina, la madre de Belén, aceptó gustosa que su hija se casara con Domingo, el nieto del exmayordomo de la hacienda de Barlovento quien se había vuelto rico durante el ascenso al poder del General Cipriano Castro. Irónicamente, por primera vez, los descendientes tanto de la familia del paje liberto Juan del Rosario y de Doña Inés se unen en un matrimonio de conveniencia.
Estructuralmente, las dos partes aparentemente separadas de la narrativa, la historia de la familia Villegas y la de los negros fundadores de Curiepe, se unen siguiendo el esquema agregativo típico de la oralidad según Ong.
Dicho modelo agregativo también se aplica a la manera en que se introduce a León Bendelac, un judío expatriado, y la forma como la historia de su vida y la de Belén convergen en el mismo punto. Belén conoce a León siendo ya la esposa de Domingo Sánchez Luna pero ambos se involucran en un apasionado romance. Al referirse a los amantes, la narradora utiliza una fórmula que establece de nuevo los lazos con la oralidad. Doña Inés habla acerca de Belén utilizando los títulos “la señora Sánchez Luna” y de León Bendelac, empleando un epíteto que lo asocia con la procedencia de su pasaporte y su profesión “el turco de la joyería.” Más tarde, la frecuencia de los encuentros de León y de Belén en la trastienda de la joyería le ganan a Belén, el epíteto de “la mujer del solitario” ya que esta última utilizaba la excusa de que el joyero le arreglara siempre un anillo descompuesto para llegar al establecimiento de Bendelac todos los martes a las cinco de la tarde.
Si bien en la novela de Ana Teresa Torres se destacan varias de las características del relato oral, también es palpable el desdén con que la narradora ve la escritura. Sus eternos pleitos con su paje y liberto Juan del Rosario, resultaron en un fracaso porque si bien en algunas ocasiones les habían respondido a sus quejas en la mayoría de los casos la burocracia de las instituciones coloniales impidió que los procesos fueran resueltos satisfactoriamente para ambos.
En estas circunstancias, Doña Inés afirma: “¡TANTOS NOMBRES como han ido pasando, tanta letra en estos papeles, tantas jerarquías a quien nos hemos dirigido, Juan del Rosario, tantos reyes lejanos a quienes les celebramos funerales, exequias y loas, que nunca se escucharon al otro lado del mar” (37). La utilización de las letras mayúsculas para realzar la palabra “nombres” y la referencia a la letra escrita que no encontró a un lector receptivo a las peticiones de los querellantes demuestran la flagrante denuncia de la inutilidad del texto escrito para representar una realidad totalmente foránea a la experiencia de los españoles del viejo mundo.
Es más, si por años la narradora ha buscado infructuosamente los títulos que le otorgan la propiedad sobre la hacienda La Trinidad en Barlovento, en el momento en que los encuentra los documentos no le sirven para salvar al esposo de su nieta Isabel de la muerte y de la expropiación de las tierras por parte del gobierno ante lo que Doña Inés comenta: “¿De qué me sirve ahora el documento que atestigua la legitimidad de sus derechos en la propiedad de la hacienda?- y agrega sarcásticamente: “más papel para limpiarme la mierda” (93).
La falta de familiaridad con la escritura en la novela por parte de los personajes femeninos hace evidente que culturalmente es un terreno vedado para las mujeres. Doña Inés confiesa que ha leído muy pocos libros en su vida pero que hizo el esfuerzo de que tanto sus hijos como sus hijas aprendieran a leer y a escribir. Más tarde, Isabel le comenta a la esclava Daría quien quiere aprender a escribir que “escribir no es misión de mujeres” (57). Sin embargo, desafiando abiertamente las costumbres de la época, Doña Inés contrata al escribano y a su manera empuña la pluma como una única manera de hacer valer sus derechos y recuperar sus tierras. Sin embargo, como lo hemos visto, su relato se haya profundamente moldeado por los rasgos de la oralidad y esa es la fórmula de su éxito.
Al finalizar en 1984 el litigio de siglos entre las dos familias es en efecto el intercambio oral entre las partes y no la intervención de la ley escrita la que resuelve el conflicto. Francisco Villaverde, heredero de las tierras que su tía Belén Villegas le legó se entabla en un pleito no sólo con los dueños de la consesión de la Cocotera Aguasal a quienes el gobierno le había dado derechos sobre las tierras 99 años atrás, sino también con el concejal del pueblo José Tomás defensor de los derechos de los negros fundadores del pueblo de Curiepe. A pesar de los esfuerzos de ambos individuos de ampararse en las leyes y en los títulos de propiedad asi como lo intentara Doña Inés en los tiempos coloniales, sus esfuerzos no se ven recompensados. Los antiguos enemigos por la posesión de las tierras de Barlovento Francisco y José Tomás deciden entonces olvidarse de los pleitos legales y unirse en un proyecto de desarrollo turístico conjunto para desalojar a la Cocotera y gozar de los beneficios de la inversión en partes iguales. La narradora describe cómo llegaron a pactar el acuerdo:
Habían hablado hasta llegar a un punto de comprensión, en el filo del cuchillo, hasta encontrar ese punto que los uniera, hasta ese punto exacto en que Francisco pudo convencer a José Tomás de participar como socio, bien que minoritario, y José Tomás pudo convencer al concejo de que desarrollar nuevas fuentes de trabajo sería un beneficio, sobre todo mayoritario. (233)
“Hablando se entiende la gente,” enfatiza doña Inés en su conversación final con Juan del Rosario, y agrega que de haberlo sabido habría recurrido al diálogo. Evidentemente, para los grupos más desfavorecidos en Latinoamérica como los negros y las mujeres es la unión de fuerzas y el
diálogo lo que puede representar una solución a sus problemas. Los eventos descritos demuestran que la escritura es dominio exclusivo de los poderosos. El divorcio rampante que existe entre la ley y la realidad en Latinoamérica, herencia del sistema colonial español, deja a los más desprotegidos totalmente impotentes.
En este punto cabe cuestionarnos acerca de la efectividad del discurso de Ana Teresa Torres para describir la realidad venezolana. Si bien la narradora emplea el discurso escrito para revelar su mensaje, el hecho de que incorpore algunas de las características más sobresalientes de la oralidad logra varios propósitos. Por un lado, rescata del olvido y acerca al lector a la experiencia de los grupos marginados del país como las mujeres y los negros, cuya experiencia hace rara vez parte del discurso canónico. Por otro lado, revela que la visión del mundo de dichos grupos se haya permeada por los rasgos de la oralidad y será la fidelidad a esa cosmovisión la que garantice el progreso de todo el continente en el futuro. Finalmente, Ana Teresa Torres, como Doña Inés, consigue crear una voz inconfundiblemente femenina que se mantiene fiel a sus raíces orales y nos ofrece una gran obra que desafía abiertamente el dominio de los varones sobre la escritura.
OBRAS CITADAS
- Genette, Gérard. Narrative Discourse: An Essay in Method. Trans. Jane E. Lewin. Ithaca: Cornell University Press, 1980.
- Ong, Walter. Orality and Literacy. Technologizing of the Word. London/New York: Methuen, 1983.
- Torres, Ana Teresa. Doña Inés contra el olvido. Caracas: Monte Ávila, 1992.
Publicado en Estudios Hispánicos en la Red