Presentación de El otro infierno (Ediciones B, 2009) de Carlos Villarino

Caracas, Librería Estudios, 18 de julio 2009.

Por esas casualidades de la vida, si es que creemos en ellas,  este año he tenido la alegría de presentar los libros de dos de los cuentistas con los que Héctor Torres y yo inauguramos la Semana de la Nueva Narrativa Urbana en 2006. A Carlos Villarino lo conocí con “Camila y los seres de la noche”, personajes que me aseguraron de que contábamos en aquella primera muestra con uno de los nombres a tener en cuenta en la narrativa venezolana en progreso. Para entonces había ganado el concurso de autores inéditos de la editorial Monte Ávila con Menarquias y otros fluidos. Después nos hemos seguido viendo de vez en cuando, a veces en los pasillos de la Escuela de Letras, por alguna visita mía, o en los encuentros de la Semana, de los que ha sido fiel asistente, o en uno que otro evento literario. Aunque no lo habláramos estaba segura de que Carlos seguía escribiendo, y hoy celebramos El otro infierno, su segunda colección. Comienzo por decir que hay una calidad constante en este libro que nos ofrece Ediciones B; una escritura que no decae y que persiste a lo largo del conjunto. No pertenece a ese tipo de libro de cuentos que se sostiene en la brillantez de uno de ellos y descuida el resto esperando que el lector los olvide y se afinque en el protagónico. Hay también una seguridad en el tono y en el tratamiento que nos hace esperar sin sobresaltos la siguiente lectura. No sabemos de qué irá pero confiamos en que seremos conducidos por un escritor que se esmera en la pulcritud de su lenguaje y en la consistencia de los textos, alguien que ha pensado bien cada uno de ellos, y no se ha permitido incluir cualquier cosa; alguien que no ha caído en esa tentación tan común del que dice, “ya que estoy publicando, y es tan difícil, déjame aprovechar para meterlo todo”. Por supuesto, tengo mis preferidos, y me extenderé sobre ellos, pero antes insistiré en la selección.

Aunque no sé si la estructuración del libro es mérito exclusivo del autor, o de la editora, o de una feliz combinación de ambos, la división en dos partes no es una suerte de pausa más o menos arbitraria. Corresponde a dos propuestas narrativas diferentes. La primera parte contiene los relatos que, a falta de mejor expresión, se me ocurre llamar realistas, es decir, textos en los que podemos reconocer personas detrás de los personajes; situaciones vitales en la trama argumental; y aquello que en general entendemos como humano en las emociones que soportan. La segunda parte contiene textos, que, de nuevo a falta de mejor clasificación, denomino metarreales, sin que la palabra pretenda causar espanto, sino como una manera de distinguirlos del género fantástico. Son más bien historias que se desenvuelven en un doble plano de realidades, en lo que abundaré más adelante, y que entremezclan personajes verosímiles en escenarios que no lo son, aunque por momentos lo parezcan. Trataré de explicarlo mejor a través de los comentarios.

La primera parte abre con “La mesa está servida”, a la que somos invitados para presenciar un almuerzo entre “amigos lejanos que se recuerdan con simpatía”, pero que reconocemos como un encuentro entre madre e hijo. El recuerdo es tratado con mucha emoción, más por lo que suponemos que por lo explícito del texto, pero no nos lleva a la nostalgia, o mejor dicho, una vez que aparece, el protagonista la borra al revivir su infancia gozosa en una imagen de la que la madre está precisamente ausente. Probablemente esa tranquilidad que le produce recordar a la madre sin su presencia, tiene mucho que ver con la inquietante sorpresa de lo siniestro, a la que se hace mención en el epígrafe. También “En el umbral de la puerta” encontramos un tratamiento muy interesante del recuerdo porque las evocaciones del pasado se mezclan con acontecimientos que no pertenecen a la memoria; en la anécdota el tiempo ha transcurrido y los personajes viven en el futuro, al estilo de los filmes en que alguien tiene el privilegio de visitar otras épocas. Luego hay dos hermosos relatos acerca del tema de la migración. El primero, “Antes de irnos”, acontece en un pueblo del páramo abandonado por sus habitantes para marchar hacia lugares más hospitalarios; y el segundo, “Los emigrantes”, lo mejor que he leído sobre esta novedad temática que constituyen los jóvenes venezolanos emigrantes. Está escrito con tristeza y con humor, sin que esos ingredientes, siempre seductores, predominen sobre una estructura impecable. Ésta es una cualidad muy presente en la escritura de Villarino, y es la manera en que las emociones están en un segundo plano, y son muy intensas, pero nunca el disfrute de la lectura se apoya en ellas sino en la articulación precisa de la anécdota.

Vayamos a la segunda parte. El primero de la serie se titula “Semihundido” y puede leerse como una fábula acerca del resentimiento, establecida sobre algunas pinturas de Goya (Perro semihundido; El sueño de la razón produce monstruos; y Saturno devorando a sus hijos). El relato se monta en un diálogo entre los personajes de los cuadros: el perro “semihundido en el marroncito fétido” y Saturno, que “gobierna cada detalle del universo”. Los personajes se representan sobre las imágenes pictóricas y establecen un diálogo, cuyo final es sorprendente y me lo guardo.  “El otro infierno”, que da título al libro, es una parodia escatológica que predica la imposibilidad filosófica de distinguir entre el bien y el mal, siendo ambos lugares infernales. Éste sería quizás el mejor ejemplo de lo que denominé cuentos metarreales, en tanto no se pretende relatar un como si algo hubiese ocurrido, o como algo que no pudiese ocurrir, sino como un desplazamiento muy tenue entre lo verosímil y lo inverosímil. En este cuento pareciera tratarse de lo infernal de cualquier decisión, presentado en una suerte de viaje dantesco en el sentido literal de la palabra, porque es el recorrido de los condenados, que en vez de ser guiados por Virgilio, se trasladan en un camión. Sin embargo, y es importante la acotación, la anécdota fluye através de una angustiosa persecución en la que dos condenados intentan vanamente salvarse, y de ese modo encarnan en unos personajes, que, paradójicamente, nos parecen muy próximos. También es una historia de persecución “Un lugar común”, basada en la aparente banalidad de las situaciones, lo que llamaríamos precisamente lugar común, y que no vemos por la fuerza de la costumbre. Pero en otro campo de significaciones lo común es el lugar de la violencia, en el símil de una guerra en la que no entendemos ni las causas ni los bandos. Son dobles planos de realidades en los que entramos y salimos sin darnos cuenta. En “La quietud” se describe obsesiva y meticulosamente la rutina de un hombre que sufre un proceso de extrañamiento y despersonalización, que comienza y termina frente a un espejo, en el que va desconociendo progresivamente su propio entorno, su ciudad, y finalmente su cuerpo, a la manera de Van Gogh. De nuevo pudiéramos insistir en el doble plano, en tanto la descripción de la rutina se nos hace muy familiar, pero al mismo tiempo va conformando un universo desconocido.

En “Camila y los seres de la noche” se relata la doble vida de una mujer, pero también la doble vida de los que aparentan una mansedumbre. Es así que “el silencio superficial de la noche esconde una dinámica profunda”. En ese reino los animales nocturnos matan a los animales diurnos, los turistas de la noche que inocentemente dan el paso de vivir el goce de ser otros y pueden morir en el intento. Es hasta cierto punto una meditación sobre la sexualidad, o una respuesta que responde a la pregunta: “¿Vale la pena vivir si no puedes entrar en el juego del apareamiento?”

El libro cierra con “Bajo el signo de cáncer”, literalmente la historia de un niño enfermo de cáncer, que alarga su vida mediante un procedimiento prodigioso, que no es sino el signo de una fábula de amor entre un niño y sus abuelos, un relato muy duro y a la vez muy tierno, que, al igual que  “Camila y los seres de la noche”, desprende una compasión por los seres desdichados. Cierra simétricamente con el primero, por la temática de los afectos de la infancia.

Por ultimo, acerca del autor, aunque en alguna parte un personaje diga “Durante años he tenido la sensación de que soy un personaje de ficción”, es importante agregar que ese joven, que tiende a un paso imperceptible, y que probablemente vive muchas horas ficcionales, es, en realidad, un caraqueño nacido en 1977, graduado en dos menciones de la Escuela de Psicología de la Universidad Central de Venezuela, en la que también ha realizado estudios de posgrado en sociolingüística y teoría de la argumentación, y ahora en el pregrado de Filosofía. Es conocido como profesor de teoría de la comunicación en la Escuela de Comunicación de la misma universidad, y además trabaja o trabajó como psicólogo clínico de la Fundación José Félix Ribas. En fin, no es un personaje de ficción, aunque sospecho que algunas veces le gustaría serlo.

A él, y a Silda Cordoliani, les agradezco la oportunidad de haber disfrutado la primicia de esta lectura que ahora está ante ustedes.