Presentación de La identidad suspendida. Una aproximación a la perplejidad identificatoria (Alfa ediciones, 2008) de Fernando Yurman

Librería Alejandría II. Caracas, 29 de mayo 2008

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Acompañar a Fernando Yurman en esta aproximación a las identidades, es un viaje exigente, pero les aseguro que bien recompensado. Nos encontramos con un autor que, entre otras bondades, tiene la particularidad de leer la cultura en forma abierta y transgresora; quiero decir que no sigue una vía consensualmente trazada sino que deja a su capacidad psicoanalítica la libertad de asociar distintos temas que no hubiéramos pensado jamás que estaban relacionados entre sí. Y al mismo tiempo, su pensamiento es siempre riguroso y conduce estas asociaciones con una lógica que, una vez expuesta, nos sorprende como evidente. Para precisar cuáles son los territorios que vamos a recorrer, copio la siguiente cita:

No sorprende que la identidad sea también un tenso debate venezolano. Si algo caracteriza nuestro tiempo es la reconfiguración de aquello que nos permite reconocernos. Sucede con independencia de las posiciones ideológicas y políticas, y estremece los sótanos de la memoria (10).

Y más adelante agrega:

Los fantasmas individuales y los públicos cruzan sus pasillos y a veces se confunden cuando es propicia la circunstancia. El exasperado presente de nuestro país establece dicha circunstancia: una transformación simbólica que solapa las fantasías personales con las leyendas colectivas, y desliza lo privado y lo público a la misma cara del espejo.

De este modo estamos situados. Vamos a pensar en el país desde los espejos identitarios, pero, paradójicamente, debemos “suspender la identidad”, para así iniciar una travesía que nos permita andar por otros caminos distintos a los suficientemente transitados.

Comienza este viaje con las artes visuales, y especialmente con los géneros del retrato y el autorretrato, vinculados con la biografía y la autobiografía. Los caminos entrelazan la pintura y la literatura, y nos trasladamos desde el individualismo del Renacimiento hasta los retratos fotográficos de Cindy Sherman. Estos vínculos que unen las piezas leídas con las piezas vistas nos conducen al tema de la mirada. Lugar privilegiado del psicoanálisis, a partir de Lacan, en tanto la mirada del Otro es aquella instancia que nos produce como sujetos. De ese modo, entramos en la configuración del Yo a partir del estudio de la imagen, y de la incidencia de los procesos de mirar, de ser mirados, de mirar como nos miran, de mirarnos ser mirados. Esos paisajes internos y externos construyen la subjetividad, no sólo de los individuos sino de las épocas.  En lo que el autor llama “extrañas trayectorias de la identidad” aparece, de pronto, la iluminadora afirmación de que en los retratos de familia del siglo XIX venezolano, en su rigidez y cuidado, podemos leer lo opuesto: la violencia y la guerra en la que viven los personajes. Este es el tipo de asociaciones que nos abren insospechadas vías de aproximación a lo conocido.

Con frecuencia me preocupa que, al mirar lo conocido –es decir, a nosotros mismos; es decir, a Venezuela– encontremos solamente lo que buscamos. No trascendamos lo familiar. La mirada acostumbrada al paisaje propio, comienza a estabilizarse y termina por reproducir siempre la misma fotografía. Nada más inquietante que lo extraño en lo conocido; lo siniestro que describió Freud, aunque hago la salvedad de que el término alemán Unheimlich, de acuerdo con lo que he podido encontrar, pues no hablo el idioma, no se traduce bien por “siniestro”, ni tampoco por la voz inglesa Uncanny, ya que ambas se dirigen más al sentido del horror que a la sutileza freudiana. El término utilizado por Freud tiene un doble sentido paradójico: por un lado, Heimlich significa lo familiar, lo hogareño, pero, a la vez, incluye lo secreto y oculto. Su contrario, Unheimlich, puede ser lo no familiar, lo incómodo, lo extraño, pero también lo que se supone está oculto y se revela de forma inadvertida. De acuerdo con el filósofo alemán Schelling, es una “extrañeza inquietante”; aquello que debería haber quedado oculto pero se ha manifestado.

En fin, esta digresión tiene por objeto explicar que la mirada aquí se dirige a la “extrañeza inquietante”, a lo oculto en lo familiar, y se relaciona con esa visión privilegiada que tiene aquel que mira algo conocido pero, al mismo tiempo, desde una perspectiva ajena. Sugiero que Fernando Yurman une a su elaborada plataforma intelectual la circunstancia de haber vivido mucho tiempo entre nosotros, trabajando en un área que le permite conocer profundamente de qué estamos hechos, y a la vez, mirarnos –y mirarse a él mismo con nosotros– desde la perspectiva de quien no siempre ha estado con nosotros. Una suerte de familiaridad y extrañeza que creo le produce lo que podría sintetizar como “el impacto del Caribe”. Y su luz, que frecuentemente es cegadora, precisamente se traspone en una iluminación muy tenue que le permite mirar lo mismo, saber lo que hemos mirado, y mirarlo de otra manera. Cuando leo lo que escribe sobre cultura venezolana, experimento esa extrañeza inquietante.

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Como ya mencioné, el libro se inicia con el tema del autorretrato y se extiende a otros temas vinculados con la plástica venezolana. Una comparación muy sugerente entre literatura y pintura que nos permite ir desde el retrato nacional de la Venezuela heroica de Eduardo Blanco al desenlace visual de Miranda en la Carraca; o de la poesía de Ramos Sucre a Reverón, o a Elsa Gramcko, cuya obra despierta particularmente el interés del autor, en tanto testimonio de una transición histórica. La dimensión visual, oral, de Venezuela señala una preeminencia sobre la letra en nuestra manera de autorrepresentarnos. Y aquí intercalo una de las muchas afirmaciones sorprendentes, y generadoras de extrañeza inquietante. Cuando se refiere a la infancia de la artista, transcurrida durante el período de J.V. Gómez, concluye: “Simbólicamente, toda infancia venezolana es gomecista”. Y me detengo con perplejidad ante algo desconocido que me parece haber siempre sabido, aunque no podría explicar por qué allí se oculta una verdad familiar y  extraña. En todo caso, es una frase que le gustaría mucho a Elisa Lerner; otra ensayista que ha sabido leer la venezolanidad desde una mirada nada convencional.

También las intertextualidades entre las manifestaciones culturales y políticas son temas que promueven la curiosidad del lector. Pasamos así por las pinturas de Lucien Freud, o las obras de Leopoldo Lugones, encontrando los vínculos entre sus obras y sus propias cadenas genealógicas. Las “tardes y jardines” que el autor supone entre el artista –considerado hoy el mayor pintor inglés vivo– y su abuelo son una escena literaria, como también lo es la trágica vida de la nieta de Lugones, un traslado de identidades cruzadas que persigue su destino, y que pareciera extraída de una ficción borgiana.

Campo de la identidad son también las minorías o las transmisiones secretas en la cultura que, en lazos insospechados, unen fenómenos diversos. Creo que en estos espléndidos paseos culturales el autor nos invita a recorrer hitos de la cultura con el afán de disfrutarla como quien monta o desmonta un rompecabezas, sólo que en esta ilusión no existe un espacio predeterminado para cada pieza, y más bien comprendemos que somos libres de entregarnos al juego por nosotros mismos y con nuestras propias referencias.

Siguen algunos capítulos dedicados a temas de estirpe psicoanalítica –aunque todo el libro la tiene– en un sentido más dirigido a revisitar los conceptos de trauma, identidad y narcisismo, que presentan el doble interés de pensar en los efectos traumáticos y las disoluciones de la identidad no sólo como acontecimientos individuales sino en la matriz de sucesos políticos e históricos.

Pero, sin duda, mi capítulo preferido –y con su comentario concluyo– es el titulado “El llamado del padre”. Aquí el autor declara, y cito sus palabras, que

Venezuela es un país enigmático, quizás uno de los más misteriosos e inquietantes de América Latina. También un confuso oráculo que recoge hoy las mayores preguntas continentales. Es enigmático para los propios venezolanos, aunque el despliegue del enigma tiene pocos años y un amplio y difuso rango.

Lo desencadenó una crisis. Antes de su tumultuosa politización no había emergido la masiva condición enigmática, y el país dormitaba sobre una falla dormida (47).

Estoy segura de que los historiadores y estudiosos de la historia de las ideas en Venezuela desmentirían esta afirmación. Yo misma, sin tener ninguna de esas dos condiciones, me siento inclinada a desmentirla. Pero aquí surge de nuevo, y con mayor presión, la “extrañeza inquietante”: lo oculto en lo familiar.  No es, por otra parte, necesario compartir todas y cada una de las proposiciones para considerar este largo texto dentro del texto como una de las más iluminadoras respuestas a ese enigma en que se ha convertido Venezuela para los venezolanos. Este enigma nos propone pensar en la historia de Venezuela como trauma, en las dificultades de nuestra memoria, que no son quizás el olvido sino, por el contrario, el exceso de recordación; en las configuraciones de las redes familiares; en los espejismos temporales; en las alucinaciones del discurso público en el discurso privado; en la particularidad de nuestras carencias subjetivas; y en los extravíos del padre, o del protopadre, si pensamos en Tótem y tabú, así como sus consecuencias en las desmesuras y fracturas de la ley. Creo que este texto formará parte ineludible de las claves para desentrañar ese enigma que Yurman dice que es Venezuela. Mucho he cavilado sobre este país, como estoy segura les habrá ocurrido a ustedes, y comenzar a pensarlo como enigma es ya una forma de respuesta. El autor ha sabido ver en la penumbra que produce la engañosa claridad del Caribe.

Les deseo una feliz lectura, y estoy segura de que agradecerán la iniciativa de Alfa de incluir esta pieza de ensayo venezolano y a este autor en su catálogo.