Para el 35º cumpleaños de Adriano

Pen de Venezuela. 5 de noviembre, 2003

Adriano-Gonzalez-Leon-1

Mi ejemplar es la segunda edición, del octavo al decimosexto millar, impreso en Barcelona en 1969. Fue comprado en la Librería Médica París, por 15 bolívares.

Cuando lo tomé de nuevo, y allí estaba fiel en mi biblioteca, me pregunté ¿y qué era verdaderamente lo que quería decir Adriano entonces? O mejor formulado, ¿qué era lo que yo leí? O más precisamente pensado, ¿qué es lo que leo hoy? Me parece que la metáfora del país portátil era ya un signo literario de la posmodernidad, la imagen de un proyecto inconcluso, un material ligero,  por definición no sustentado, y susceptible de la volatilidad del viaje y la mudanza, pero también un país llevadero y llevable, del que no nos desprendemos fácilmente porque podemos portarlo con nosotros.

pais portatil

Ahora que leo País portátil con más reserva, con más malicia, con un ojo más entrenado, leo muchas más novelas que la primera vez. Entonces lo que más me impactó era el tema, el argumento. El asunto de la guerrilla urbana. Me parecía, además, una novela de vanguardia y seguramente lo era. Hoy leo algo mejor, una novela clásica, una novela que narra, una novela llena de cuentos, de anécdotas, de humor. Un relato habitado por las más pequeñas vidas, plagada de costumbrismo y de ternura. En aquel tiempo se hablaba de la literatura de la violencia, y sin duda esta novela fue considerada emblemática del género. Hoy leo una novela acerbamente crítica de la violencia.

País portátil paradójicamente no fue una novela transitoria. Es un signo de la resistencia de la literatura, un libro que nos convence de que este país sí tiene quien lo piense. Cuando leo ahora sus descripciones de la ciudad, el ritmo del tráfico atravesando el paisaje, al tiempo de la constante oralidad indirecta, compruebo cuánto había marcado mi escritura y la de muchos. Qué fácil es ahora –me dije al releerla en agosto de 2003- darse cuenta de cuánto hemos estado copiándonos de Adriano. Qué fácil es ahora comprender que atravesar la metafísica de Caracas es recorrerla en un automóvil que enfrenta problemas mecánicos mientras el viajero lee la iconografía publicitaria.

Después de aquella lectura, nos esperaba también el resto de su obra, ese brillo del lenguaje que lo distingue, esas palabras que le brincan como animales dorados que él sabe atrapar con una maestría que, ésa sí, es inimitable. Adriano era entonces para mí, su joven lectora, una persona desconocida y admirada como el resto de los autores que poblaban mi biblioteca. Con el tiempo comenzaron a llegarme noticias del autor, porque las circunstancias hicieron que Georgiana, su hija mayor y de Mary Ferrero, amiga que se fue antes de tiempo, pasara en mi casa una larga infancia que transcurrió de las barbies a los afiches de Menudo, hasta las fiestas punketas. En ese tiempo publiqué mi primera novela y con mucha pena acepté un consejo: “Hay que mandársela a Adriano”.  Así se hizo y Adriano dejó de ser un personaje lejano, y ya lo ví, o él me vio, algo así como entre colegas, lo que no ha dejado de enorgullecerme y angustiarme desde entonces.

Me parece una fortuna que me correspondiera presidir la Junta Directiva del Pen Club de Venezuela en 2003, coincidiendo ese año con el XXXV aniversario del Premio Biblioteca Breve de la editorial Seis Barral de Barcelona. Inmediatamente acogimos el proyecto emprendido por Oscar Marcano y María Ángeles Octavio de rendirle un homenaje. No solamente porque aquel premio representó la incursión de la literatura venezolana en el contexto del llamado “boom” latinoamericano que tantas obras valiosas deparó a la literatura universal, sino porque es tarea primordial de nuestra asociación contribuir a que los valores del patrimonio literario sean sostenidos como signos vitales de nuestra cultura. Adriano es para muchos un querido amigo y un admirado profesor, pero es para todos los venezolanos un emblema de la producción novelística nacional, y País portátil es un clásico de la literatura latinoamericana que las nuevas generaciones deben tener la oportunidad de leer y disfrutar, como entonces lo hicimos sus primeros lectores. Rendirle un homenaje era, por lo tanto, no sólo el reconocimiento de una deuda con uno de nuestros grandes escritores sino una acción significativa abierta al panorama de la literatura y dirigida al público que así podrá conocer y reconocer la pertenencia de nuestros valores.

Dijo Susan Sontag recientemente: “La literatura es, en primer lugar, una de las maneras fundamentales de nutrir la conciencia”. Apuntalar nuestra conciencia ciudadana, resistir con nuestro patrimonio espiritual, es el signo obligado de este tiempo venezolano.