Cultura, inclusión social y ciudadanía

Foro Universidad Simón Bolívar, 12 de marzo de 2003

En Venezuela hay tres grandes problemas en relación a la acción cultural. El primero es relativamente fácil de resolver: establecer una política cultural acorde con las necesidades del país. El segundo, moderadamente difícil, es llevar esa política a su consecución. El tercero, altamente difícil, es modificar la visión de la acción cultural por parte de los actores que pueden promoverla y financiarla. Pero debo aclarar antes de seguir adelante que todo lo que voy a exponer es una visión paralela o si se quiere futurista. Es decir, no tengo ninguna expectativa de que durante el régimen político en el cual nos encontramos pueda llevarse a cabo una política cultural provechosa para la ciudadanía. Es demasiado evidente el absoluto y deliberado abandono del sector por parte del Estado, y es también evidente que las organizaciones privadas, por efecto del empobrecimiento general de la economía, tendrán que disminuir o suspender sus aportes e iniciativas a corto o mediano plazo. Vale la pena, de todos modos, pensar hacia el futuro.

La cultura genera democracia pero, al mismo tiempo, sólo puede producirse en democracia, primero por la índole misma de su significación como puesta en acto de la libertad del espíritu, y segundo por su condición de formar parte del tejido social. Por otra parte, es un valor intrínseco de las sociedades democráticas el apoyo y auspicio de la producción cultural, precisamente para extender los bienes culturales a la amplia mayoría ciudadana de modo que se constituya en productora y receptora de los mismos. La vinculación con los productos que se derivan de estas manifestaciones creativas son indispensables para sostener el pensamiento, la producción de discursos intelectuales, la relación intercultural, así como el diálogo e intercambio entre las manifestaciones culturales de los creadores y la sociedad de la cual provienen. En ese sentido la conservación del patrimonio artístico y arquitectónico, la promoción de la creación, el mantenimiento de la infraestructura urbana, lejos de condicionar una política elitista constituyen el afianzamiento de los valores construidos por una nación, y el problema no es cómo eliminarlos sino cómo hacerlos compartibles.

Esta producción en cualquier área en que se desarrolle, forma parte fundamental del patrimonio cultural de las naciones y contribuye a su posicionamiento como país en el diálogo internacional; a la imagen que del mismo se tiene, a la valoración que se hace de su perfil político, y a la autoestima nacional. Es inquietante la pobre autoestima que de sus valores y producciones tiene el ciudadano venezolano. La consolidación de la dignidad y valoración de los pueblos está directamente relacionada con la autoestima que derivan de su contribución a la producción económica y cultural del mundo. Estudios psicosociales realizados en Venezuela demuestran que a lo largo de más de tres décadas se mantiene invariable una minusvalía valorativa en la dimensión instrumental (valores de logro, competitividad) compensada por una valoración de superioridad socioafectiva.

La definición de la Unesco establece claramente que la cultura debe ser colocada en el centro de la estrategia de desarrollo y descarta la concepción tradicional según la cual se restringe al cultivo privilegiado de las Artes. En la definición actual la acción cultural incluye los derechos culturales como parte de los derechos humanos, los modos de vida, el sistema de valores, las tradiciones y creencias, la participación ciudadana y la producción económica. Por ello para enfocarla en una visión contemporánea, debe comprenderse como una inversión de valor estratégico en el desarrollo humano. Y libre de las tradicionales fronteras entre “cultura de elites”, “cultura de masas” y “cultura popular” a fin de incluir no sólo los distintos sectores de intereses y necesidades sino los nuevos espacios culturales y tecnológicos. Si se quiere mantener estas divisiones por comodidad de lenguaje debe tenerse muy en cuenta que se puede dividir el objeto cultural pero no al sujeto de la cultura. Me parece que nada hay en contra de que una misma persona pueda leer un poema de Rafael Cadenas, apreciar una obra de artesanía, o disfrutar “El Señor de los Anillos”.

Por otra parte, un país democrático es diverso y multicultural y en su seno coexisten intereses y motivaciones que varían con la edad, también con el género, con los modos de vida y con las problemática particulares. Una política cultural de Estado –lo que es muy diferente a una cultura estatalmente dirigida- requiere partir de una noción colectiva pero también atenta a la diversidad.

Debe partir también de lo que señalé como el problema más difícil y es apartar la visión de la cultura como gasto suntuario, adorno, recurso subalterno. En el pasado el Estado venezolano invirtió dinero en cultura y en infraestructura pero nunca estuvo firmemente arraigado el convencimiento de que esa inversión formaba parte fundamental de cualquier política social. No solamente el Estado, también la sociedad civil, incluso en sus sectores ilustrados, ha sido poco proclive a incluir el hecho cultural en un rango importante. Cualquiera estará de acuerdo en la importancia de la educación formal pero sin duda frente a la educación cultural la posición es mucho más ambigua. Quizás el hecho cultural se ha percibido más como privado que público.

Para que una persona pueda participar de los bienes culturales de su sociedad tiene, primero, que construirse como sujeto de cultura. Es decir, ser alguien que desde la infancia pueda sentirse parte de una comunidad que desarrolla acciones en función de mejorar y dignificar la existencia, para así construirse como actor y receptor de esos bienes. La exclusión de grandes sectores de la población de los bienes y servicios culturales es necesario considerarla como uno de los efectos más perniciosos y graves de la pobreza,  que lleva adjunto el empobrecimiento cultural, y limita drásticamente las posibilidades del desarrollo humano de la persona y las comunidades. No estoy planteando que la pobreza se disminuye con cultura sino que la reversión de la pobreza requiere considerar al ser humano en su complejidad, y un pivote fundamental es su dignificación como sujeto de cultura. Es decir, su dimensión valorativa, de identidad, de lugar en la red simbólica. La cultura como marca fundamental de lo humano. La acción cultural es un factor indispensable dentro de las políticas públicas que tiendan a eliminar tanto los efectos como las causas de la pobreza por ser de alto impacto en la lucha contra los efectos destructivos que la pobreza produce en el tejido social en términos de exclusión, pérdida de cohesión social, baja autoestima e iniciativa, y deterioro de valores ciudadanos. Sus efectos consolidan redes de identificación comunitaria. Enseñan a los individuos a participar conjuntamente de la recreación positiva. Convierten el ocio en producción creativa. Participan de la prevención de la delincuencia y embarazo precoz, dos factores graves de nuestra población adolescente. Mejoran sustancialmente la capacidad de los individuos y las comunidades en la realización de proyectos útiles y benéficos para sí mismos. Insertan a los sujetos en la red simbólica que representan sus tradiciones, la actualización de sus habilidades y talentos, la identificación con valores de construcción, paz y disfrute, y ofrecen referencias de autoestima frente a la violencia y desvalorización a que los ha sometido la exclusión.

El beneficio es necesario, por tanto, verlo en términos sociales, como una fuente primordial en la construcción ciudadana porque la cultura es el corazón de un país. Sabemos que las personas que viven y crecen en comunidades excluidas generan otras fuentes de ciudadanía ligadas a valores disonantes con relación a los patrones de bienestar y logro propios de las comunidades incorporadas. Es necesario preguntarse qué ocurre con los valores generados por la educación formal (trabajo digno, metas de bienestar, valoración e inserción ciudadana) cuando resultan disonantes con los valores y signos de prestigio de la comunidad, así como con los resultados tangibles en términos económicos. Para que los valores de ciudadanía generados en niños y jóvenes a través de la educación formal tengan apoyo requieren estar acompañados de una mínima consonancia con los valores generados por la comunidad de referencia. En ese sentido la facilitación y promoción de acciones culturales que vinculen a la comunidad con valores ligados a su dignificación, el disfrute de la creatividad positiva, y la participación ciudadana es fundamental.

Para insertarse en una estrategia de desarrollo social y productivo y en la construcción ciudadana, es necesario establecer en orden prioritario el problema de la exclusión del sujeto del discurso cultural; a) en términos de su pertenencia a la tradición y producción de bienes culturales de la sociedad; b) en términos de la exclusión territorial de las instancias y acciones donde se desarrolla esa tradición y producción.

La incorporación, por lo tanto, debe actuar también en ambos sentidos: a) la producción de acciones culturales propias y desarrolladas en el ámbito local, y b) la vinculación de las comunidades con las acciones producidas por las instituciones culturales en el ámbito extenso. Los efectos deseados son, por un lado, la apropiación interior de la acción cultural que lo construye en sujeto de cultura; y por otro, la apropiación territorial que le permite reconocer simbólicamente los bienes públicos compartibles.

Es necesario prever que la articulación entre los individuos y las pequeñas comunidades con los bienes y servicios culturales, así como con la producción de los mismos, necesita de programas de desarrollo cultural comunitario que lleven a cabo una acción a largo plazo de articulaciones vinculantes entre los proyectos y las comunidades de base a través de los líderes y  núcleos organizados (escolares, asociaciones vecinales, iglesias, centros sociales o deportivos, etc.), a fin de producir propuestas que no obedezcan a una agenda predeterminada sino a los intereses vivos en aquellos a quienes va dirigida; lo que no excluye que una política bien trazada puede –y debe- destacar prioridades.

Por otra parte, y ya para finalizar, si pensamos como dije al principio, en términos futuristas, si visualizamos la ruptura del imaginario nacional que se viene produciendo, las distorsiones de la identidad histórica y social, la desarticulación de ese tejido a través de la violencia en todos los órdenes, pareciera que el hecho cultural, la acción cultural, la valoración cultural, serían quizás los instrumentos más preciosos en el proceso de reestablecer un sentido de reunificación porque actúan precisamente en el nivel simbólico de la sociedad.