Avesa

Me siento muy honrada por haber sido invitada a participar en este foro con motivo de la presentación del libro Violencia de género contra las mujeres. Situación en Venezuela. Me siento honrada porque esta investigación forma parte de los programas que las Naciones Unidas producen para mejorar la situación de los derechos humanos, y desde luego, porque la investigación ha sido realizada por Avesa, organización que desde hace muchos años viene trabajando en pro de la situación legal, social, y personal de las mujeres venezolanas.

En este país nos hemos enorgullecido de ser una sociedad abierta y desprejuiciada, y sin embargo, cuántos problemas no se ocultan detrás de esa fachada. Es cierto que en Venezuela las mujeres hemos accedido a la educación superior en cifras similares e incluso superiores a los varones; que hemos encontrado oportunidades laborales calificadas en mayor medida quizá que otros países del subcontinente. Es cierto también que existe un clima social que nos permite desarrollarnos y movernos con apreciable libertad y dignidad, y que muchas mujeres ocupan importantes posiciones en la gerencia pública y privada. Todo ello es cierto pero no nos engañemos con las cifras. Seguimos viviendo en una cultura marcada por la violencia de género. Este libro así lo demuestra. No repetiré los datos en él contenidos, creo que la violencia de género es una experiencia compartida que tanto los hombres como las mujeres conocemos. Es una violencia en la que somos educados y que nos hace daño a todos, pero, desde luego, mucho más a las mujeres. No me refiero solamente a los delitos. Las violaciones, los abusos, el maltrato físico y psicológico. Es demasiado obvio, y afortunadamente comienzan los medios de comunicación a dar cuenta de ello. Me refiero a la hegemonía, la imposición, la violencia sutil que las mujeres deben tolerar mediante estrategias de supervivencia y camuflaje para las cuales han sido educadas. Esa violencia que subyace a los perfiles de género es, precisamente, la que sostiene los delitos y violaciones de los derechos humanos de las mujeres. Es la matriz psicosocial que hace decir al policía que si el hombre ha golpeado a la mujer, son “cosas de ellos”. Es la matriz que felicita al hombre de poder por su abuso sexual de las mujeres que están bajo su jerarquía, y que ofende a esas mujeres diciendo que son unas seductoras. Es la matriz que protege al violador diciendo que la mujer “se lo buscó”. Es la matriz que permite a algunos supuestos intelectuales burlarse de las intelectuales feministas. Es la matriz que hace ocultar el maltrato doméstico, el abuso de niñas, los despidos, y, más allá, y sobre todo, la feminización de la pobreza.

La invisibilidad es entre nosotros quizás más terrible que en otros países y ha tenido un grave efecto, la precariedad del pensamiento feminista. Pocas mujeres se atreven a denominarse feministas por temor a la burla o la humillación de una cultura machista que tampoco se reconoce a sí misma como tal. Quiero contarles que cuando yo era joven, las mujeres sin compañía masculina, si acaso lograban traspasar la invisible barrera de los establecimientos públicos, lo hacían a riesgo de ser consideradas prostitutas. Los patrones sociales han cambiado, ciertamente, pero la violencia de género está en todas partes, no sólo en las leyes sino en el lenguaje cotidiano, en los artículos de prensa, en la televisión, en el diálogo social. La mejor lección que podemos aprender de los países desarrollados en este sentido es que los movimientos feministas, contra viento y marea, han insistido en la necesidad de visibilizarla, y de llevar a la práctica la sanción de esa violencia, no importa en qué campo ocurra. Ponerla de manifiesto, a riesgo de la burla o de la crítica, a veces del insulto. Es esa la tarea que han llevado a cabo: poner en primer plano que la mujer tiene una condición vulnerable y atender a las violaciones de su integridad. No ceder ante un lenguaje equívoco que quiere hacernos creer que se trata de un problema del pasado. Es un problema absolutamente presente y se sostiene independientemente del tipo de sociedad porque la violencia de género traspasa las líneas de nación, clase, grupo étnico, y cultura. Es, quizás, uno de los pocos problemas que podemos definir como universales.

La única vía es insistir, y en ella Avesa ha demostrado su acertada visión, así como otras organizaciones de mujeres, e individualidades, que vienen luchando desde hace décadas. Sería quizás oportuno rendir homenaje a las venezolanas de la generación de los años treinta y cuarenta quienes comenzaron a poner en la mesa el tema de los derechos de la mujer. La modificación del código civil del 82, y la reciente Ley sobre la Violencia son probablemente las victorias más importantes en el campo legal. Quedan muchos pendientes. La reforma del código penal, y el tema de los derechos reproductivos en el cual, y muy lamentablemente, la ANC cedió a los requerimientos de la Iglesia Católica que impone sus condiciones como si se tratara de un país con religión oficial. En los países desarrollados conviven diferentes creencias religiosas y cada una de ellas tiene el derecho a establecer pautas de comportamiento para sus seguidores y creyentes; no se les ocurriría ni por asomo hacer de su discurso una generalización. En Venezuela los hombres de la Iglesia oficialista han dado muestras no sólo de su intolerancia sino de un doble discurso porque, si a los pecados vamos, las prácticas de anticoncepción e interrupción, así como el matrimonio de divorciados son pecados que se perdonan, según y como.

Pero, paralelamente a la consecución de objetivos en el marco legal y en las políticas públicas, es la matriz de opinión social el campo de acción fundamental. Mientras que la lucha por la erradicación de la violencia contra la mujer se considere un asunto de mujeres frustradas y gritonas, inconformes, o tan feas que no han encontrado a un hombre que las entienda, mientras sea un tema de chiste o de picaresca criolla, avanzaremos muy lentamente. Por eso este esfuerzo me parece sumamente importante. Representarlo como lo que es, un problema de derechos humanos, un aspecto de la salud pública, y en muchos casos, simple y llanamente un delito. Finalizo poniendo de relieve una proyección que el informe señala: en Caracas cada 12 días un hombre mata a una mujer en el contexto de la relación de pareja.

Gracias de nuevo por haberme invitado a solidarizarme con sus esfuerzos. Creo que es sumamente importante incorporar a las mujeres que nos desenvolvemos en los campos de la cultura. Con frecuencia, por tratarse precisamente de mujeres que como individuos han alcanzado su desarrollo personal, tienden a minimizar el problema, o en todo caso, a entenderlo como un caso individual en el que no se reconoce la marca de género que afecta las vidas de las mujeres. Creo, estoy convencida, de que toda mujer, independientemente de la proyección personal que haya alcanzado, si es sincera consigo misma, reconocerá esa marca en los obstáculos superados. Invito a las mujeres intelectuales a hacer ese pequeño recuento personal, muy especialmente a las nacidas en las recientes generaciones.